Las palabras evolucionan, se sazonan por sí mismas con la sutileza de los significados que se les adhieren es probable que ocasionalmente, pero es que nada continúa siendo como era mucho tiempo.
Por ejemplo, “necio”, que etimológicamente creo era el que no sabe, se ha ido impregnando de un añadido que infunde al concepto otro de terquedad en la ignorancia.
El necio no es sólo el que no sabe, sino aquél que no sabe, de algún modo su sentido común se lo advierte, pero él se enroca en su ignorancia.
Vale más, dice el necio, atrincherarse en un error bien aprendido, asimilado, incorporado a la personalidad propia, que aventurarse en u n aprendizaje lleno de dudas y que supone inevitables sufrimientos. Y lo mejor es apuntarse, por vía de consigna, a lo que otro sostenga. Así, ni siquiera te echarán la culpa y dispondrás de la disculpa de que te equivocaron.
-¿A qué viene?
-A nada. No busquéis tres pies al gato. No va por nada ni por nadie. Es una reflexión provocada por la semisuma de varias noticias del periódico no sé si de hoy o de ayer, que evidencian la necedad de algunos y su obstinación de permanencia en su precario refugio a pesar de lo que arrecie el temporal.
Pues no. No vale la pena decir qué noticias. Me han convencido, y así hecho un poco más necio, de que muchas de las cosas que nos pasan no van a remediarse en seguida. Que les hace falta tiempo de madurar, y no se yo si habrá sol y calor bastante a lo largo de los años próximos de un futuro que probablemente estará pronto fuera de mi alcance personal, con esto del cambio climático y la generalizada epidemia de necedad combinados, para que la madurez se produzca.
Me llama la atención que haya quien se sorprende cada vez que un nuevo síntoma se añade a los muchos de la pobreza colectiva que habíamos disimulado y olvidado con lo de que España iba bien. Había mucho teórico que pensaba, al parecer, que lo del estado de necesidad enjalbegado de estado del bienestar, era una especie de representación que podía contemplarse desde la corrala sin alcanzar a los espectadores. Algo como lo que ocurría en cualquier playa del norte cuando subía la marea y se reían los de cada campamento de bajo las respectivas sombrillas, toldos y parasoles, cuando alcanzaba la ola siguiente al de más abajo, pero de pronto las cañas se tornaban lanzas y nos alcanzaba la siguiente oleada con su embozo de espuma burbujeante.
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