Engatusarán a esos pocos para que no habría nunca jamás porvenir, les prometerán el oro y el moro, les darán oropel y tendremos, tendréis, que es más que probable que yo me apee en el camino, para más de un cuarto de siglo de lo mismo.
Lo mismo es la búsqueda imposible del trifinus melancólicus, que resultó ser un percebe, con que Xaudaró y su socio Pérez Zúñiga hicieron reír al principio del siglo último ido, como si no estuviera a punto de pasar nada, y que viene caracterizando esa política de bucle hacia lo que la tecnología ha barrido para siempre.
Ni minas ni carbón ni acero vais a tener más aquí, con la agricultura hace tiempo que acabó el invento de la leche industrial y la pesca se agota, cada vez más rala y lejana, la de altura, casi extinta, como aquella Diputación, la de los pedreros del litoral próximo y entrañable. Imposible volver a ser lo que fuimos, fuisteis, fueron aquellos asturianos de la mina y el horno alto, del contrucio, la serna y la huerta, la mina y la mar, desde que por encima del ruido de las olas, se escuchaba, dice la canción, cada explosión de grisú, santa Bárbara bendita, que mira como vengo, con la camisa bañada de sangre de un compañero.
Pero estarán, otros parecidos a los de siempre, hurgando en la idea de que si los fondos mineros o los fondos de reestructuración o no sé qué fondos, que, en cuanto lleguen, prebostes de buena voluntad, pero poca imaginación, transformarán en parque, campus, jardín, monumento conmemorativo o carretera hacia ninguna parte, enormes piscinas cubiertas y olímpicas, estadios monumentales para equipos infantiles, polideportivos cubiertos para ese chico que parece que apunta dotes para llegar a jugador de balonmano o de baloncesto, que son deportes que al parecer practican los deportistas de selección en otros lugares del mundo, y, desde luego, un campo de golf.
Golf y lubina, ejecutivo al canto, que a veces irá a la nieve, a fingir que esquía en otra de esas monumentales estaciones, utilizadas al treinta por ciento, como mucho, de su capacidad, pero orgullo del pueblecito de al lado, cuya esperanza es que un año nevará y un día vendrá la nube de los turistas, sólo comparable a la que en realidad viene, que es la de los voraces estorninos. ¿Qué será, que siempre se aprenden antes los modos y las formas que lo de veras sustancial de cada asunto y ocasión?
El bucle, sin duda, se producirá. Volveremos sobre nuestras manías habituales. Seremos los mismos desolados anarquistas insolidarios de siempre, hostigados por el vecín y sus mayores enemigos, siempre dispuestos a chincarle la oreja para entretener los ocios de que disfrutamos entre sesión y sesión de poner como ni digan dueñas a cualquier gilipollas a quien se le ocurra tratar de inventar algo, trabajar con denuedo o buscar caminos de salida y huída para los asturcones del tiovivo, condenados al parecer, como Sísifo o, mucho más modestamente, como el burro de la noria, a volver sobre sus pasos y seguir sus propias huellas, siempre mirando al suelo y sin saber que allá arriba, como decía Ionesco, están las estrellas, las auroras boreales y la universal melodía del Universo en marcha, describiendo la inconmensurable curva del tiempo en que nada se repetirá jamás, lo descubrió Heráclito, hasta que la curva se cierre sobre sí misma
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