Nadie quiere más que lo que “por derecho me corresponde” ni más que “lo que es de sentido común”. El problema suele plantearse inmediatamente después de que se promete a cada cual lo que “en derecho corresponde” o “es de sentido común”, dado que las medidas del derecho y el sentido común no coinciden nunca y cada cual invade casi siempre con sus pretensiones las parcelas vecinas.
Por eso vivir suele ser tan conflictivo y nos vamos cada día al rincón, después de ese asalto boxístico de cada día, con la sensación de estar perdiendo por puntos y de que el árbitro ha estado favoreciendo al otro, que, de no haber sido así, se hubiese enterado.
La almohada, ese último confidente andrógino que tanto sabe de nuestros fracasos, nuestras artimañas y nuestros pequeños o grandes logros, es la única que sabe dónde está realmente nuestro tesoro, y, enterrado con él, nuestro corazón.
Cuando en realidad no hay tesoro que resista la última prueba y se queda del lado de acá, cuando del de allá pienso que no lo recordaremos, como no sea para lamentar haberlo disfrutado en balde. De momento, como el oso y el jabalí, nos restregamos contra el tronco del árbol de esas secretas confidencias que hacemos al apoya cabezas nocturno de nuestras últimas consultas y resoluciones.
Y tan inerte como parece –no hay nada que esté vivo y sea realmente inerte-, nos engaña también, como los sentidos. Si os fijáis, al día siguiente por la mañana, las resoluciones de la noche anterior tienen otras medidas y peso diferente. ¿O somos nosotros los que al haber tenido la obsesión y habérsela contado, de algún modo hemos empezado a descargarla? Shelley, dejó escrito que gritar una obsesión es empezar a liberarse de ella. Y creo que tenía gran parte de razón, nadie la tiene toda, puesto que escribir un sentimiento le quita ese disfraz que nos deslumbra o aterra y nos obsesiona.
Y sin embargo, otras veces, las obsesiones se convierten en manías, perturban el flujo de las ideas, desbordan los pensamientos, trocados en agua turbia, que primero invade el valle y luego desagua por la torrentera, llevándoselo todo por delante.
Vamos, paciente perra compañera y yo, en busca del periódico de esta mañana de sol dominical de ramos. El periódico viene lleno de solemnes aseveraciones hechas con “sentido común” por cada cual según su particular definición de dicho al parecer sinsentido y de consideraciones acerca de si el dinero, ese fugitivo, se estira o se contrae, lo mueven hacia aquí o hacia allá. Hasta en un rincón dice que un señor ha ganado no sé cuantos cientos de euros por segundo de la última semana, durante que supongo que ya no sea noticia que otros contábamos los euros, muchos los céntimos de euro y demasiados la falta de monedas que contar.
“El dinero, suelen decir los que más tienen, no es lo más importante” y yo les digo que tampoco lo menos, y que sólo un puñado de papeles o de monedas, nos pone a salvo de reconvertirnos en depredadores, carroñeros o abyectos individuos antisociales.
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