domingo, 22 de abril de 2012

Un día cualquiera, el Barcelona CF pierde, y pierde, encima, contra el Madrid, su mejor enemigo, y muchos nos quedamos tristes, cariacontecidos, como si hubiera pasado, que así es en realidad, algo.

Lo que no quita para que ese algo que ha pasado no sea tan grave como parece, y, trascurrido el debido tiempo, ganen uno u otro y así se mantengan la tensión, la alegría, el desencanto y el miedo más banales, y por eso más llevaderos, que hacen falta en épocas como ésta, cuando cada día nos engaña alguien con una nueva vuelta de tuerca de los vividores, para seguir en la cresta de la ola, montados sobre los pacientes, comprensivos, tímidos, amables ciudadanos partidarios del sosegado sobrevivir de cada día con su pan.

 Crece el desasosiego de por dónde cortar para cortar menos donde más se debiera, y cada vez más gente dándose cuenta de que el tiovivo de los tíos vivos sigue girando a pesar de todo, como un tornado, que arranca cosas de la tierra y las desparrama de ese modo insensato con que parece que los vientos enloquecen.

Nada basta, cuando a lo mejor bastaría muy poco para exigir, a quienes exigen que no sea lo suyo lo afectado, que, simple y sencillamente, cumplieran con su deber.

 Me parece a mí incalculable lo que se podría ahorrar si cada cual limitara sus necesidades a la realidad e hiciera su trabajo con arreglo a las normas del buen padre de familia que eran tipo de aquella diligencia exigible a cualquiera. Busca, cada escudero peregrino, en cambio, una canonjía, y no puede haber tantas ínsulas Baratarias para tantos Sanchos.

 Desde que murió, cuerdo ya, don Quijote, quitamos aquellos molinos y ahora hay, cuando no sé si más o menos, eólicos en las crestas, inalcanzables, para que ni eventuales caballeros matagigantes se atrevan a confundirlos. ¡

Enséñame a crecer! dijo aquel niño a su madre que lo amantaba y defendía de la adversidad pasajera, y yo me quedé pensando, mientras se lo llevaban, desconsolado, entre algodones de cariño y la calle se quedaba vacía de los gritos y de las prodigiosas aventura que le había ido sugiriendo la imaginación.

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