viernes, 20 de abril de 2012

Venía dando tumbos desde qué sé yo cuándo ni por qué. La gente es como es y prefiere lo que le da la gana. Nadie adivina y muchos manipulan, cada vez hay más que aprenden a hurgar en el frágil cerebro de una mayoría más débil.

Es probable, se me ocurre ahora mismo, que si todos fuésemos tan listos como esos pocos, ya nos habríamos exterminado en algún arrebato de ira como el que temen las potencias nucleares que asalte a las que no lo son si aprenden a armar bombas exterminadoras.

Entre todos lo matamos y él solo se murió LA VOZ DE ASTURIAS, en cuyas páginas ya de hemeroteca olvidable, tengo dejado yo mismo, entonces mucho más joven, algún que otro regato de palabras. En la misma página, a veces, que Faustino o que Cándido, dos amigos que duraron siempre, con la osadía de quien se atreve a alternar, siendo aficionado, con profesionales de tal fuste.

Pero eso ya no es más que recuerdo. LA VOZ se fue reconcomiendo, devorando a sí misma, y con aquel sentido periodístico que, gustando o no sus tendencias, según las preferencias ideológicas de cada lector, se iba haciendo más moderna y paradójicamente menos leída, pareciéndose más a un periódico, pero sin lograr ese tirón que no depende más que imprevisibles azar y circunstancias.

Hay que tener, en esto como en todo, la pizca de suerte, la oportunidad, y saber aprovecharla.

Da pena que se apague un periódico porque del antagonismo con otros, resulta a veces la posibilidad de que se publiquen por alguno, aunque sólo sea para chincharse recíprocamente, cosas y casos que ahora podrían quedar en esa penumbra de la supuesta discreción que tanto gusta sustituir por la verdadera a los mediocres, al fin y al cabo, siempre los más y que los poderosos invocan y tratan siempre de aprovechar cuando sus errores podrían dejarlos en demasiada evidencia.

En definitiva, para no hablar de la desgracia añadida de quienes se quedan sin trabajo en época como ésta, de tan pocas probabilidades de encontrarlo alternativo, que la muerte de un periódico, lo leyésemos o no con mayor o menor frecuencia, incluso con ninguna, nos hace a todos un poco más ignorantes de lo que pasa cada día y sin la menor duda nos atañe. Nos deja un poco más indefensos.

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