sábado, 21 de abril de 2012

Tú, es decir, yo, escribe que te escribe. Súbelo ya a la entrada de hoy, segunda entrega, que viene el que no le gusta y te baña en el agua fría de su áspero comentario. Tiene que haber de todo, ¿sabe usted, señor, o usted, señora? Tengo que caer, supongo, por lo menos a alguno, y a otros como esa coz inesperada que da el burro y te puede dejar tieso, si no tienes suerte.

La acidez de algún comentario es sobrecogedora. Te encoges, es decir, me encojo en mi rincón, aterido por esa frialdad con que te desechan y eres para alguien, y por consiguiente soy para mi mismo, la abandonada colilla, casi sin fumar, pero ya colilla, que deja cada fumados arrepentido de nuevo, engurruñada en la sala de espera.

En realidad, escribir es subirse al pedrusco a gruñir, o mirarse públicamente, si es en un blog, al espejo. ¿Qué le importa a nadie lo que tú, es decir, yo, divagues? Una opinión para contrastar con las antagónicas posibles. Figúrate tú, en este mundo de la comunicación instantánea a que, como ancianete ya, abuelo batallitas, me ha sido dado el privilegio, la oportunidad de asomarme, ¡la cantidad de opiniones antagónicas con las de cualquiera, pueden aparecer comentando lo que digas! Hoy miré y asusta, en el contador, la cantidad de gente que pasa, más o menos casualmente, por la calle de tan modesto bloguero como soy. Por la de alguien que merezca la pena, pasará la multitud como una catarata. Y unos se reirán, digo yo; otros dirán que bah, otro imbécil que hace pedazos el silencio, sin motivo, causa o razón que lo justifique. Alguno habrá, siquiera sean pocos, que esté de acuerdo, o que disfrute, o que corrija, amable, las muchas faltas de que hablaba Arlequín en su prólogo de la vieja comedia.

Porque, eso si, es cierto que lo que se escribe, como lo que se dice, rompe el silencio, quebranta el sosiego de su especial solemnidad pacífica. Mejor callarse …, pero ¿quién puede? Tal vez cualquiera, pero cuando lo hacemos, advertimos ese caudal de palabras que nos rodea, espeso como el aire, esa atmósfera quebrantada de improperios, pero tierna y solícita, por, a la vez, las palabras enamoradas, las de afecto.

Y nos tienta, es decir, me tienta participar. Una manera como otra cualquiera de sentirse vivo de este lado del espejo.

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