Tierra, ésta, de pocos amigos y controversia fácil, donde
tenemos desmedida afición a considerarnos todos los mejores y resulta que casi
nunca lo demostramos luego, que una cosa es predicar y otra dar trigo, decía
siempre mi abuelo Emilio.
Casi ninguno de nosotros puede jugar en equipo y no porque
no sepa, sino porque como somos los mejores, ¿cómo se le ocurre al otro que
vamos a colaborar con él? ¿cómo no comprende que quien debe colaborar es él y
no al revés?
No se ha educado a una evidente mayoría a solidarizarse, y
en cambio casi todos aprendimos ya desde el día que nos apeamos de la cuna lo
singulares, especiales, diferentes que somos del vecino de más cerca, puesto
ahí para secundarnos y ayudar y apoyarnos en el progreso que sin la menor duda
merecemos.
Incluso cuando se habla de bandoleros, se advierte que no
hubo de verdad cuadrillas, sino líderes de grupos. No se cita a la cuadrilla
del Fulano, sino a Fulano, bandolero singular de la serranía, a que acompañaban
unos cuantos innominados. Y hay que ver lo que cuesta a los entrenadores de
fútbol enseñar a sus pupilos a pasar el balón cuando cerca de la portería haya
otro mejor colocado.
Somos, cuando más, colaboradores ocasionales, ojo avizor de
levantarnos con la poltrona y el cabás, en cuanto se descuide ese jefe que es
que te digo –comentamos con nuestros confidentes- que no sabe dónde tiene al
mano derecha. Individuos conocí, que, nada más entrar como aprendices en una
empresa, ya empezaban a hacer sugerencias para mejorar su funcionamiento.
España y yo somos así, señora … solía concluir con gran
regocijo del público un conocido charlista.
Nos va a costar esa idea, imprescindible de entender, a mi
modesto juicio, lo de que si no asociamos ideas, esfuerzos y empresas, jamás
seremos capaces de competir en un mercado de las dimensiones de los que hay en
la plaza mayor del mundo. Algunos nos hemos pasado muchos años comprobando que
nadie quiere asociarse sin previa seguridad de que tendrá el mando y la
representación del conjunto. Justo en esta época de lobos y de leones,
acostumbrados a acechar y cazar en grupo jerarquizado, nos asemejamos más a los
orgullosos e independientes gatos, que se juntan, como mucho, hacia febrero,
exclusivamente para lo que se juntan en el concierto del tejado de al lado.
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