Viento del nordeste, ahora, en abril, helado, pero garantía de sol, aquí abajo, en el cogollo de la Villa, donde no caben los coches. Me acuerdo, que para eso soy viejo, además de para otras cosas y vicisitudes, mejores y peores, de cuando nos rascábamos la cabeza con la preocupación de que podría llegar un día en que los coches se alinearan y ocupasen todas las orillas del río. ¡Las orillas! ¡No les falta más que meterse en el agua! Y creo que no lo hacen porque el agua puede que sea perjudicial para los engranajes, mecanismos y combustibles que los mueven, que si no …
Como cumple al caos autonómico, en unas es fiesta y en otras no. Cada cual, que atienda a su juego, decía una canción de juego infantil. Esto de las autonomías va de lo pintoresco a lo trágico. Nos hemos inventado, para colmo de desastres, unos vecinos a quienes emular y envidiar, a la vez.
La armonía de una sinfónica provincial, se va convirtiendo, a ojos vista, en rebaño de gatos que nadie será nunca capaz de conducir por una carretera. Y menos mal si no acabamos por levantar paredones almenados y construir zanjas, o, como los brasileños, por cobrar estadías a los de la comunidad vecina, que tendrían, digo yo, en tal extremo caso, que llevar brazaletes o camisetas distintivas. Me acuerdo de cierto día, que un vecín, que, como es usual, se llevaba mal con su más próximo, llevó a éste a juicio de faltas porque, según el denunciante, cuando estaba en la veranda de su casa, le había picado una abeja de las colmenas del denunciado. ¡Ta’l pueblu chen de colmenas, gritaba el acusado, y va acusame a min, como si las mis abeyas llevaran camiseta pa distinguilas!
Cuando hace viento del nordés, por más que sea abril y haya polen por todas partes, se esconden las abejas a hacer trabajos de casa y salen las hormigas y nos entran en la cocina a comerse un bizcocho previsto para desayunar, que, con la del alba, se vio convertido en hirviente hormiguero, afanosamente empeñado en disputarnos sus delicias. La abuela ponía vinagre. Las hormigas, ante un reguero de vinagre, retroceden horrorizadas o no sé si prudentes. Yo confieso que me hechiza ese afán suyo por llevarse al hormiguero pedazos de cosas mucho más grandes que ellas, siempre que les parezcan comestibles.
Cosa de la primavera. Aquí, donde se convive con la tierra y la mar cerca, esto de la primavera es como una explosión misteriosa y se advierte cómo rompe la tierra y asoma vida nueva, y retoña una higuera de al lado, más de media docena de veces talada por su dueño por no sé qué razones de alergia, pero que cada primavera rompe el tocó y sube como un cohete, rompiéndole a lo largo de las ramas esas hojas grandes, que parece que tienen dedos que se abren en busca, ciegos, de la luz
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