El buen padre Dios nos coja confesados cuando los señores regidores municipales se ponen a parir, según categoría, especie y clase, a poner su huevo personal en la banasta de las historias de sus ciudades de regiduría.
Nunca se sabe hasta dónde puede llegar el magín de un humano venido al más, o el menos, según se mire, de una regiduría doméstico municipal.
Como modernos Patroclos, investidos con armas como los de Móstoles o Zalamea, arremeten contra los molinos y se abalanzan contra los muros de Troya, ciegos de suficiencia y ego.
Y pasa lo que pasa.
Que no hay dinero que baste para tapar los agujeros de la faltriquera municipal respectiva ni saben los ciudadanos qué hacer con el caballo que ha quedado a la puerta de la muralla. En mi pueblo, hace muchísimos años, donde el vado habitual del medievo del río, hicieron un modesto puente y algún coñón lo bautizó como el Mantible de gigantes, tributos y nepente.
-Verasté, su señoría –decía aquel paisano, puesta la mano en la boina parra tapar su capadura y moviéndola en torno a la pensativa cabeza., no lo escogimos y votamos para que nos pusiera una versión inhabitable del Taj Mahal en el Camín de la playa, sino pa que ministrase.
Ministrar, es decir, administrar. En cada casa de aldea del medio de cada quintana, en el meollo de cada contrucio, nuestras paisanas de la faldamenta y el pañuelo de colores amarrado arriba, ministraron hasta límites taumatúrgicos las precarias subeconomías de la supervivencia. Y recuerdo que los ilustrados y supuestamente alfabetos, echábamos las cuentas de partición y todas, para sorpresa y rechazo del señor juez, daban saldo negativo.
A pesar de lo cual, eso que llaman los urbanitas las áreas rurales, crecieron, espolvorecieron y dieron una brillante generación de estudiosos y estudiantes.
Para le emigración.
Cuando no había yo nacido, los contemporáneos de mis bisabuelos se fueron a hacer las américas porque aquí, a partir del segundón, dedicable a la milicia o al clero, alternativamente con su inmediato antecesor o sucesor, a partir del cuarterón, no tenían porvenir.
Ahora no lo tiene el petrucio mejorado con dos tercios y porción, que se marchó un día a la escuela, paso por el instituto y fue a la universidad. Y ahora no quiere volver. Y como no hay curro, ni después del quinto master y la docena de prácticas y becarías, de nuevo emigra. Ya no a las américas necesariamente, sino sin rumbo ni mapa del tesoro.
El mundo se ha hecho más pequeño, afortunadamente, y a lo mejor, allá para Maricastaña, volverán los biznietos, siquiera sea a pasar unas vacaciones y comprar con la debida nostalgia el prado de Arriba de casa, con las ruinas de la que lo fue ahora mismo, cuando se están yendo los futuros bisabuelos.
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