lunes, 23 de abril de 2012


Nadie echa en falta lo que no ha existido. Si acaso, algún privilegiado, imagina la posibilidad, desdibujada como una sonrisa que se apunta sin serlo todavía, la difusa imagen de lo que se desearía como la esperanza de agua viva en un sequedal.

Sospechas, como yo, que si no hubiéramos  existido, nadie nos echaría de menos ahora mismo.

Cada eslabón de una cadena desconoce para qué sirve su razón de ser: la cadena de que forma parte.

Puede que sea el más apasionante misterio de la humanidad: ¿cómo? ¿por qué? ¿para qué? ¿Qué pinto yo en esta palomera?

Niebla de algodón mojado de primavera. Acoquina este inesperado frío húmedo de mayo. Desconcierta que la esperanza de Francia se asome hacia el precipicio de la izquierda a la vez que la esperanza de España mira al fondo del abismo de la derecha.

Hay un funámbulo, que, con los ojos cerrados, bien apuñado el barrote del equilibrio, flota, más que atreverse a pisar, sobre la oscilante precariedad de la cuerda floja.

-¿Qué tiene que ver …?
-No sé, pero coincide ¿no es verdad? Y hay quien no cree en las coincidencias ni en las casualidades. ¿Acaso no has leído que allá en el lejano oeste se han desatado y pululan varios tornados a la vez?

Acojámonos a la esperanza -¿dijiste acojonémonos o acongojémonos?-, atrapados como nos sentimos en la encrucijada del cambio de época -¿una mutación del modo de ser humano?-, cada vez menos convencidos de que sea posible que no nos ahogue la evidente convulsión, confusión, de los más sabios. Se ve en seguida que improvisan, y se adivina que no saben qué decirnos, cómo irnos convenciendo de que hay salidas de este laberinto a que nos trajo su estúpida ambición de abandonarnos a nuestra mala suerte para añadir probabilidades a la buena suya.

Carpe diem –copió literalmente Whitman-, y cada cual se atecha –dicen en mi tierra- en el caramanchón de más cerca, con este diluvio que está cayendo, que ayer leí lo de que ya hay economistas, sesudos, serios, confortablemente instalados en su observatorio que opinan que saliéndose del euro y rebajando el valor de lo que tienen esos –es decir, nosotros- todos podríamos –es decir, los de siempre-, salvar los trastos e instalarnos,  es decir, reinstalarse unos pocos, recién salidos del arca de nuevo, en el continente todavía innominado del siempre incierto futuro.

Lo nuestro habrían sido “daños colaterales”. 

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