A medida que se ensancha la herida, crece, afecta a más, me
refiero a esta herida socioeconómica que habíamos dejado enconarse con la
desnortada esperanza de que o el tiempo o nuestra hada madrina colectiva nos la
curase una noche, a poder ser mientras durmiésemos, por ensalmo secreto, más de
nosotros gemimos que estábamos equivocados, que mejor como antes.
Todo tiempo pasado, dice una mentira que con frecuencia se
repite, fue mejor, pero en este caso, la tela, llevada al límite de su
elasticidad, estaba a punto de romperse.
Yo no sé en qué cabeza cupo que podríamos sobrevivir con la
triste convicción de que iba a haber siempre quien trabajase por nosotros,
cuantos más fijosdalgos, mejor, que ya pagarían impuestos los pecheros o
trabajarían los ilotas de turno, charnegos, maquetos, chuetas, manguelos y en
último término, chinos, que para eso hay tantos, estaban tal lejos y decían que
se contentaban con una bola de arroz, o emigrantes, mejor sin papeles, para que
presintieran, a la hora de reivindicar, la famosa espada colgando sobre su
cabeza del precario hilo de la denuncia a quien correspondiera.
Cada vez estoy más convencido, y allá quien piense otra
cosa, que es muy dueño, de que este mundo y esta vida son lugar de convivencia
y de que fracasa quien se aparta como los apestados o los elefantes locos, a
pasarla mirándose el ombligo, y, sólo a su través, la realidad de las cosas.
Hay que reconcentrarse primero y luego inventar, crear y
crecer. Es la convicción generalizada, el discurso político correcto, pero … y
aquí está el quid, que se reconcentre el vecino, que inventen ellos, que
trabajen otros, y nosotros nos subiremos al carro, exigiremos nuestros
derechos, una instalación adecuada a ese famoso estado del bienestar, que
“entre todos” nos habremos ganado y todos felices. Lo contaban ya del viejo
convento: que dice el padre prior que bajemos al huerto, que trabajéis, y,
llegada que se la hora, que subamos a comer. Y Noel Clarasó, en sus máximas y
observaciones de Blas contaba de aquel ciudadano espabilado que decía lo de que
le encantaba hasta tal punto el trabajo que no podía vivir sin ver trabajar.
Lo “nuestro” es importante, es lo que no puede recortarse,
cuando hay tanto que recortar y tantos a quienes debería recortarse. Cierto,
pero se dispersan, ocultan, disimulan y se escaquean de tal y tan eficaz modo
que ni Diógenes, con su linterna, los encuentra y falla la vieja canción
marinera de que de poco valía que te escondieras por debajo de la lancha,
puesto que yo, con mi vigilancia, te encontraría en un pispás.
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