Han sido necesarios años de sequía y casi seis millones de parados para que llegasen los técnicos a lo que los aficionados dijimos allá por los años noventa del pasado siglo de las crueldades.
Cuando todo el mundo asome la cabeza, descubriremos que en España sigue por poner la cimentación, y, como consecuencia, descubriremos entonces –dije-, si no lo empezamos a remediar ahora, es decir, entonces, que no tenemos una economía organizable, como ya para el futuro, que es ahora, estarán organizando las suyas los demás países de nuestro entorno.
Entramos, dije, en el mercado común del futuro, como consumidores, sin posibilidades de competir. Y para colmo, nos inyectaron el euro en aquel maltrecho sistema circulatorio, incapaz de resistir su empuje.
En esas andamos.
Unos, los socialistas del ingenuo Rodríguez Zapatero, pretendieron ignorarlo, pienso que con la secreta esperanza de que viniesen unos supuestos amigos europeos a sacarnos de algún imprevisible modo las castañas del fuego. O tal vez, se dijeron supongo, es posible que Europa, por fin, se constituya, y en el paquete se diluirán nuestras carencias. Seríamos, así, una provincia pobre o un país asociado de segunda o tercera, pero definitiva e irrevocablemente asimilados por un ente mayor de que formaríamos parte.
Ni lo uno ni lo otro. La cuenta de resultados, como bien saben los banqueros en primer lugar y el general los empresarios, es inexorable. El dinero es lo que es, se mueve lo que es posible moverlo y produce lo que se es capaz de lograr, dentro de los límites de la realidad. Y presupuestar, que cada cual puede soñar lo que le parezca y el papel puede con todo, como la lechera de la fábula. Pero cada doce meses hay que hacer cuentas y las cuentas son, salvo trampa que siempre, como decíamos de nenos, “rescampa”, nada más que lo que son. El dinero no es elástico. Podrás coger de aquí y de allá, sacar de una partida para otra, llevarte de una esquina a otra unas esquirlas, que al final, los números cuadrarán en lo que hay, que se corresponde con lo que se echó al puchero. De un sombrero de copa, no salen ni más conejos ni palomas, que los que se tengan previamente a mano.
Sin empresas asociadas capaces de producir y vender en el mercado global, un país, el nuestro o cualquier otro, no podrá formar parte del equipo, de la sociedad, del club de los que integren el sistema de tracción organización y distribución de la riqueza.
Hay quien sabe ponerse en camino para integrarse en él y quien es incapaz. Otra cosa sería tratar de razonar, enumerar y criticar motivos y razones, lo cierto y evidente es que China e India, pongo por doble ejemplo, esas que llamamos “economías emergentes”, crecen a un paso de integrarse en el grupo de economías rectoras del mundo, a partir de lo que eran hace menos de medio siglo, mientras otros países que no hace falta señalar, o permanecen en lo que eran o se advierte incluso un declive en su capacidad de administrar sus capacidades.
Estoy personalmente convencido de que para crear instrumentos de generación de riqueza, un país necesita averiguar lo que, de aquello que los mercados reclaman, es capaz de producir más y mejor, a continuación, preparar empresas asociadas, de producción diversificada, que, con la colaboración personal necesaria y disponiendo de los indispensables elementos materiales, se pongan a la labor simultánea de producir e investigar el modo de producir más, de mejor calidad y a mejor precio, y a vender el resultado.
Hace falta para ello que colaboren los más ricos, con sus riquezas, los más sabios, con sus conocimientos, los mejores investigadores, con su insaciable curiosidad, los más trabajadores, con su capacidad de trabajo, los mejores administradores con su honesta distribución y los mejores vendedores con su capacidad de abrir mercados y competir en ellos.
Pero claro, para llegar a ese punto de partida, primero o a la vez, de algún modo, tenemos que pagar las deudas que generaron y siguen generando nuestros fantasmas, salidos de cauce y a punto de concretarse en las viejas tormentas del maniqueísmo y los separatismos.
Si no tratamos de curarnos de ellos nosotros mismos, a poco tiempo vista, no quedará grupo social que sacar del desequilibrio y nos habremos convertido, por fin, y por lo menos uno como tal, en el fantasma del recuerdo nostálgico de lo que pudo haber sido. También puede ser que en ese preciso momento, nos hayamos convertido en unas tribus felices y contentas, al margen del mundo conocido, Y vendrán los turistas a disfrutar del folklore, que también podréis cobrarles, los que para entonces estéis vivos, a precio de exquisita nostalgia embotellada. Decía mi hermano mayor, trasplantado a la Sevilla de los y las calores, paseando durante un mediodía helado de nordeste por nuestro Marchica de Luarca, que aquel aire, embotellado, se podría vender en Andalucía en agosto, cuando llegan allí “las calores” que madura los membrillos, a precio de oro.
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