En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 3 de octubre de 2010
Bajar la calle, subir. En misa mayor, son monaguillos dos niñas. ¿llegará a decirse “monaguillas” o “acólitas”? El idioma, o la costumbre, inventan cacofonías como “jueza” o “testiga”, que es posible que dejen de serlo si se generaliza su uso como han generalizado las mocitas núbiles llamarse “tías” entre sí. Repasar por la calle y repasarla de una ojeada. Ninguna calle, ningún río, tal vez nada, pasado cierto tiempo, es igual a sí mismo. Cuando más, se parece. Ni el cura está pendiente de sus ayudantes, ni éstas de él. Cada uno a lo suyo, que, en el caso de las niñas, es mirarse los pies, sonreír a una persona conocida y escondida entre el público. Cada vez menos público, por cierto en misa. Antes, hace relativamente poco, todo el mundo iba a misa y todo el mundo fumaba. Ahora, pocos van a misa y nadie fuma, o casi nadie, Sólo esas chicas que mueven las manos como lánguidos pájaros, como pensamientos desdeñosos y algún obstinado señor mediano o mayor, cada vez más avergonzado, que baja de su despecho al portal y te saludan ceñudos, que nada de bromas, eh, con esto del fumeque, que no sois vosotros más que pecadores arrepentidos. El celebrante, en misa, se concentra con admirable unción en su misterio, las niñas se distraen con un murciélago, salido de no se sabe dónde, que revuela y revolotea horrorizado por las alturas de las bóvedas. Todavía queda calor, que se empapa de la humedad de la vieja, enorme iglesia en cuyos ventanales se entremezclan cristales emplomados, cristales polícromos y latines.
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