Gominolas en un vaso de cristal, gominolas
de colores,
dame una gominola, le digo,
a la bellísima italiana,
veneciana,
una gominola, quiero,
de Murano,
como tu aliento veneciano,
que huele a nardos.
¿Cómo huelen los nardos?
-me preguntas-,
a tu cuerpo, tu pelo, tus manos
cuando revolotean a mi alrededor
y me explicas
el éxodo veneciano.
Tráeme,
llévame contigo –me insistes-,
lejos del agua.
Tú no serías tú,
ni yo un turista
deslumbrado. Seríamos
un hombre y una mujer,
desterrados
de Shangry-la.
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