miércoles, 20 de octubre de 2010

No hay arte –recuerdo que dice Gombrich-, sino artistas. Se han escrito, sin embargo, páginas y páginas sobre la historia del Arte. ¿En qué quedamos? Por casualidad me entero de que mi inolvidable amigo Luis Borobio escribió, y hurgaré mañana mismo, Dios mediante, en la vieja librería, para tratar de encontrar su obra, una “breve historia” del Arte. Gombrich, con la ayuda de multitud de ilustraciones, explica su afirmación y me convence, una vez más, de que nada es definitivamente como se define por quien desde su punto de vista lo contempla. Es arte todo cuanto trata de expresar un sentimiento –digo yo-, mientras que es artesanía lo que se realiza para utilidad propia o de otro. Lo demás es azar, producto de la aplicación, subsidiaria al ejercicio de la libertad, de las leyes del caos. Imprevisibles para nuestra falible razón, tan reiterada, compleja y eficazmente engañada por instintos y sentidos.

La fealdad puede ser arte exquisito y en cambio algo banal lo decorativo. Pero lo decorativo es lo que satisface, tranquiliza mi ánimo. Por eso tengo ese naïf en el vestíbulo. Me sosiega, nada más mirarlo de reojo al pasar.. El arte, si logro entablar un diálogo visual, me inquieta. Para colmo, el diálogo con un artista suele sostenerse con alguien que no está presente. Las palabras no sirven para debatir una contradicción, sino para jugar con aseveraciones o negativas tajan del autor, puesto que la firma de la obra la he hecho todo lo definitiva que le fue posible, por entre que se mueven mis consideraciones. Por eso procuro no ir nunca solo a un museo de pintura. Discuto con la persona a que acompaño o que me acompaña. Ante un cuadro de El Greco, me dijo Luis Borobio un día que en su entusiasmo, el autor, se había entregado tanto, que se había olvidado de completar el brazo de una figura. Es cierto. No lo habría advertido sin la ayuda de mi compañero.

Es curioso que Richmal Crompton, la genial autora de Guillermo Brown, haya escrito una de sus únicas novelas que conozco distintas de la serie del simpático bribón, entre otras cosas, para dejar dicho que la belleza puede estar impregnada de maldad, y, en cambio, de bondad la fealdad.

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