viernes, 29 de octubre de 2010

Media España abajo, media arriba. Está el otoño distraído, pintando ocres y se ha olvidado de enganchar el frío, de las nubes que pasan. Un amigo ha escrito un libro sobre el mundo onírico que se entrelaza con el real, éste que niegan que exista, algunos filósofos, dispuestos a rizar el rizo de su ingenio y llegan a la conclusión de no hay realidad diferente de la que nosotros imaginamos. Se escribe acerca de los sueños y de los monstruos cuando se tuvieron miedos infantiles. Este amigo mío ya había escrito de los vampiros. Los miedos infantiles quedan impresos en cada recuerdo que se va convirtiendo en imaginación de otra realidad diferente, en que no duelan las muelas ni te aceche la artritis. Recorro, en la librería de siempre, el índice de una antología. Es siempre curioso hacerlo y tratar de adivinar por qué prefiere el antólogo a este autor y por qué esta obra. El del caso justifica ausencias por la extensión de las obras y selecciona algunas de otros autores más por su extensión que por criterios ni críticos ni estéticos. Bueno, pues es otro modo de hacer.

Paso por la esquina de siempre y descubro que ahora es una ruina abandonada, cosa inexplicable porque se trata de lugar céntrico, de esos que llaman “comerciales”. Tal vez sea para recordarnos que sic transit … Porque me olvidaba de explicar que tocaba ir al Madrid otoñal de principios de curso. Para los estudiantes, el año nuevo no es en enero, sino que, ahora no sé, pero en mis tiempos de estudiante empezaba justo este mes de octubre y terminaba más o menos en junio, cuando los exámenes y los campamentos militares de la Milicia Universitaria, que tenían noches de cristal, Alfonso Albalá inventó la “tristeza hermana” y el campamento estaba rodeado de jaras en que se ocultaba, como un ejercito que nos asediara, una multitud de incansables cigarras.

Alfonso era extremeño y poeta. Hace poco conseguí, gracias a otro amigo, un ejemplar de sus obras poéticas completas y me enteré de que había muerto todavía muy joven, tal vez con menos de cincuenta años. Descubrí en la obra la madurez admirable de lo que cuando lo conocí no era más que mezcla de sueño y proyecto.. Nos habían proporcionado fusiles, uno para cada uno, de aquellos “mauser” que habían hecho varias guerras, parecían decrépitos, pero había que mantener sobre todo los cerrojos brillantes y los pavonados en estado de revista. Ten cuidado, le dijo un día su abuela a un compañero de carrera de la tienda vecina, no vayas a hacerte daño o a hacérselo a alguien con esa “escopeta”. Y recuerdo a otro de una aldea que pidió a su inocente padre fondos para “comprar el caballo y el fusil” imprescindibles para ir a la “mili”. Tiempos. No puedo ni venir a Castilla, ni recorrer mis barrios de Madrid sin que me tiren de las orejas los recuerdos niños de entonces, cuando íbamos a mejorar el mundo y todavía ignorábamos que el mundo es un territorio donde, al ir abriéndonos camino, vamos cambiando nosotros.

No hay comentarios: