viernes, 1 de octubre de 2010

Lo peor de una mentira, o de varias en serie, es repetirlas porque pueden llegar a encerrarte como en una jaula. Y lo mejor, desde luego, saltar de una a otra de tal modo que nadie sea capaz de seguirte y cada día te sea posible emprender una aventura diferente, aunque no hayas vivido jamás ninguna de las que se te ocurran.

La manera más segura y confortable de sobrevivir a una peligrosa aventura es que sea imaginaria, Puedo imaginarlas o aprovecharme de la imaginación de otro, que a su vez sobrevive gracias a la afición de muchos a correr aventuras entre las páginas de un libro.

Me parece muy probable que, falta de mentiras, de las que nos contamos o contamos a otro o ese otro nos cuenta, la humanidad no habría llegado hasta estas alturas de su historia. Lo que pasa, que no todo puede ser mentira. Nos perderíamos en lo más profundo de su bosque. Ha de haber un adecuado equilibrio y entre cierto número de sinceridades –lo de la verdad ya es más problemático- y la cantidad de mentiras que corresponda. Ni muchas ni pocas. No importa su credibilidad. Al fin y al cabo, nos movemos los humanos, cuando más, entre probabilidades, y sólo a fuerza de voluntad, establecemos certezas, en realidad, verdades provisionales, que la investigación incansable de las curiosidades individuales y su resultante colectiva, se van haciendo cada vez más probables.

Alguien dice mal de nosotros, o es verdad o en algo hemos ofendido a quien lo relata o lo miente. En cambio, si dice bien, lo más probable es que nos necesite o quera pedirnos lo que por alguna razón supone que podríamos alcanzarle. Sólo con unos pocos amigos nos podemos permitir la lúdica satisfacción de hablar por hablar, por ese delicioso placer que consiste en estar en compañía y jugar con las palabras y los silencios.
-¿Y si no se tiene amigos o no están cerca?
-Siempre se tiene la posibilidad de imaginarlos. Montar la escena. Completar el grupo con recuerdos de personas por alguna razón inolvidables. Alrededor se cierra un circulo como un bisbiseo, que hace el silencio cuando se está solo y se escucha. Ese silencio que está hecho de polvo de ceniza de palabras calladas y palabras perdidas.

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