Lo malo de advertirse inmerso en la parte oscura, por ejemplo cuando de descubre que unos mismo es ignorante, estúpido o imbécil, es que no podemos desprendernos de ella como quien se quita la boina o una capa, es pegajosa, cuesta denodados esfuerzos de imaginación y raciocinio, memoria y concentración. Y lo peor es que a veces el trabajo resulta tan difícil que nos conformamos. Tendrá que ser así, nos decimos, o: se podrá cambiar, pero no está a mi alcance.
Hay quien dice que todo se puede lograr, si se pone suficiente empeño. Yo digo que no, que, desde luego, con el empeño no basta, si su energía no se usa para los muchos ejercicios indispensables para salir de una carencia. El empeño está hecho de palabras e imaginación. Una vez concebido y querido, ha de realizarse. Y tener suerte.
Hay quien se sube a un puesto trabajo como a un tiovivo. Se sienta y espera a que las cosas ocurran a su alrededor. Es como cuando el inolvidable Noel Clarasó dice en las Máximas de Blas aquello de que hay a quién gusta tanto el trabajo que no puede vivir sin ver trabajar. Y se suma luego con entusiasmo a la imperiosa reivindicación de que los puestos de trabajo deben ser vitalicios.
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