viernes, 1 de febrero de 2008

MIERCOLES 30 DE ENERO

Me acuerdo especialmente de aquella librera,
quintaesencia de la tristeza, que nos sonreía,
desde el otro lado de nadie supo nunca qué penas inconsolables,
en que,
si llegabas de pronto y estaba distraída,
la intuías morir entre los libros.
¿Cómo podrá –pensábamos-
con todos esos hermosos, envidiables,
inasequibles libros a su alcance,
dejarse así morir
de melancolía?
Un día crecimos, nos fuimos, la vida
nos llevó, nos trajo a otros mundos.
Un día que volví, la vieja, oscura, honda librería
se había hundido, desaparecido
en el tiempo.
Nadie en el barrio recordaba que hubiese estado allí, pero ahora
era una tienda
de flores, compré una, una rosa muy roja
y la dejé en la acera.

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