Hoy crecemos. Hay más gente en el blog y es probable que le pongamos coletilla al nombre. La otra gente que viene sabe escribir y dibuja, y es probable que ponga texto a unos dibujos sorprendentes por su expresiva originalidad.
Yo sigo. Creo que seguiré escribiendo hasta que se me caiga el boli de la mano, que es como decir hasta que no tenga fuerzas para presionar las teclas. Para obtener una nota, basta presionar una tecla del piano. Para tener una palabra hacen falta varias teclas. Tal vez cada letra equivalga a una nota y existan palabras, como hay frases musicales. Lo que pasa es que la música habla a una zona distinta, no sé si de las neuronas o del alma, y no es posible leerla en silencio. Y en cambio, el silencio mismo, que nunca es absoluto, puede ser musical.
Cambio el tercio para volver a hablar de las gaviotas, que han vuelto a aumentar en número y graznan a veces, como esta mañana, sin motivo aparente. Se alborotan, se entrecruzan. Algo o alguien, las saca de esa meditación a que se entregan habitualmente desde una atalaya alta, en el corumen del tejado, sobre la tapadera de la chimenea, en lo más alto de la hilera de farolas. Quietas, pensativas. Algo las altera y revolotean, contra su costumbre velera de ponerse al pairo, de cara al viento y fingir esbelteces que disimulen su aviesa condición de carroñeras, que es por cierto buena, para la limpieza de la costa, pero horrible cuando alguien se ahoga, y, flotando, se ensañan con los restos.
Y a propósito de tétricas tristezas, cito en esta esquina los cartelones anunciadores de la Semana Santa de este lugar, que es como si los encargasen a alguien aquejado de lo que llamaba mi buen amigo Alfonso Albalá la tristeza hermana, cuando la Semana Santa culmina en alegría, esperanza, luz, y el cartel de algún modo tendría que expresarlo, pero no. Se complace en una violenta cacocromía que agobia la mirada y es como si me la apartase en busca de un resquicio esperanzador que tendría que estar, pero no logro advertir.
Tendré que hacer como con los políticos, cada día un poco más enzarzados entre cardos, mirlos, zarzamoras y madreselvas, que en cuanto asoman en la tele hago clic y los escondo, si es en la radío, giro la ruedecita y se pierden entre jipíos, y si en el periódico paso página y entro en el pintoresco laberinto de los anuncios, que hacía tiempo que no leía y ¡válgame el Cielo! Se han vuelto también locos, como diría Obélix, estos romanos. -
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