En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 15 de febrero de 2008
Por entre los claroscuros de la historia de España, pasa doña Juana, hija de los Reyes Católicos, madre de dos emperadores y por lo menos cuatro reinas, abuela del triste Felipe, el II, el del Escorial. Dijeron que estaba loca, algunos añadieron que de amor, yo diría que de haber estado encerrada la mayor parte de su vida y en concreto, durante medio siglo, día tras día, hora tras hora, en Tordesillas, que se mira al Duero y sorprende de su elegante porte de castellana vieja. Tengo siempre el propósito de sacarle una fotografía, a esa hora del atardecer a que en Castilla la luz se hace dorada con dorado de oro antiguo, cansado de serlo, reflejada en el río y vista desde el puente por que la carretera ahora elude la villa que no fue de realengo por ser domicilio de su majestad la reina de Castilla e Aragón, por herencia de doña Isabel y de don Fernando, triste cautiva. Nunca, cuando paso, quiere parar el que va conduciendo. También tengo el propósito de pararme en Tordesillas, preguntar cuál fue la casa y buscar un balcón de angustias, aquel desde donde más espacio se logre atisbar, del palacio donde languideció mi reina preferida de la historia de España, que me da mucha lástima y me inspira un vago sentimiento enamorado de sus tristezas desesperanzadas. Más de cuatro siglos, hace que murió en plena primavera, un día de abril de 1555, pero su sombra, apenas atisbo de neblina, flota al atardecer y de mañana a veces sobre el río inmenso, lento, cadencioso, que viene de haber soñado en Soria y va a morir en Oporto, con esa larga agonía de los ríos, que no acaba nunca.
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