En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 10 de febrero de 2008
Si arrancásemos capas de realidad a cada día nos iría quedando la pura esencia de cada cosa que nos atañe y mudaría la perspectiva de todo eso que ocurre alrededor y despierta nuestra curiosidad por menos que tenga que ver con nosotros. Por ejemplo, ahora mismo están discutiendo si hacer o no unas torres en la ciudad más cercana, la capital de la antigua provincia, ahora autonomía, si serán o no demasiado altas, o grandes, o desproporcionadas, o, muy por el contrario, adecuadas y principio de la nueva fisonomía de una ciudad, que, como todas, dice alguno de los encuestados, deben cambiar cada cierto tiempo. No leo que a nadie se le ocurra que las torres tendrán de bueno y de malo, aproximadamente un número equivalente de razones y otro, asimismo equivalente, de sinrazones favorables y contrarias a su adecuación. Es lo divertido de este mundo: que todo sea relativo y sin embargo se radicalice por quienes se empeñan en mirar siempre desde la misma perspectiva. Yerra quienquiera que opine que las cosas han de ser blancas o negras, cuando existen tantos matices y tonalidades de gris. Muchos de los funámbulos que en el circo trabajan sin red, usan, para garantizarse el equilibrio sobre la cuerda, una larga barra. Pasa aquí lo mismo con las encuestas, cada opinión más radical alarga un poco más la barra equilibrante del funámbulo que en última instancia haya de decidir y que, decida lo que decida, tendrá una multitud a favor y otra en contra. Es asombroso que cualquier cosa que se haga merecerá críticas favorables y adversas en parecido número, y que incluso si decides no hacer, refugiarte en la inanidad, te preguntarán por qué no te mueves y haces, y viceversa. Deduzco que forma parte de la humana condición que cada uno de sus grupos esté siempre dividido, como lo está cada individuo, en una inconmensurable cantidad de facetas contradictorias susceptibles de producir parecidos entusiasmos.
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