viernes, 15 de febrero de 2008

Todos, o dejémoslo en casi todos, los espacios se van cargando, como antaño de leyendas, ahora de sucesos en novelas, cuentos, películas de corto y de largo metraje, y cuando llegamos, turistas banales, están marcados. Casi no quedan árboles sin señalizar con las iniciales de alguien que haya amado a su sombra. El amor escrito, herido en la corteza del tronco de un árbol es como si se hubiera escrito y así confirmado, autenticado, Un día estuve en el paseo de Machado junto a Soria, en la orilla del Duero. Allí también me sorprendió la paradoja de que junto a los árboles que soportaban iniciales de supuestos amantes faltaba vida. Levanté, recuerdo, una piedra y no había, como en otros lugares, debajo, sabandijas asustadas. El amor es vida, pero allí no la había sino en el agua de la inexorable corriente del ya majestuoso Duero, que, a poca distancia relativa, junto al Burgo de Osma, todavía todavía cabe saltar a pie enjuto. Perdemos originalidad cuando al recorrer Roma nos da la sensación de que falta la Vespa con Gregory Peck en los mandos y Audrey Hepburn en la grupa, camino, como nosotros, de meter cautelosamente la mano en la boca de la verdad. Hay un toque de artificialidad en nuestro modo de movernos por cada paisaje, por lo que tiene de decorado de alguna historia que alguien nos ha novelado. Esto de vivir es decididamente un lío. -

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