martes, 19 de febrero de 2008

Ha muerto Alain Robbe Grillet, que todavía me acuerdo de cuando me deslumbró la primera lectura de su “Jalousie” o de “Le voyeur”, cuando hablaba, éramos todos más jóvenes, de cambiar la novela, con pareja tentación de la sufrida por Unamuno, con los de la “nivola” o por Joyce, que confieso que sigo sin haber leído de un tirón –tal vez su “Ulises” haya sido concebido como libro de horas, para meditar sobre la inconsistente y quebradiza corteza de nuestra cultura, que al desarrollar la sofisticación de su espuma, se ha hecho frágil e inconsistente. Y por eso no debe intentar leerse de un trago, y mucho menos sin disponer de otro para de lecturas para hacer en paralelo y mantener el equilibrio.

Ha muerto, y, en paralelo, una coetánea con que me crucé en la obligada parada del semáforo, me acababa de comentar lo acabados que estamos los más viejos. Allá tú –le dije-, yo no me pienso acabar hasta que de veras haya muerto, me incineren y se disipe en la eternidad en que he decidido creer, la correspondiente voluta de humo grisáceo.

Otro día, si tengo tiempo, humor y valentía, contaré por qué humo grisáceo, que ni siquiera tenga la decisión de ser gris, con todas las consecuencias.

Robbe Grillet, apeado de “la grandeur” de su época juvenil, se complacía en la minuciosa descripción de ,o aparentemente insignificante en que sin embargo consiste la vida de un instante –como espacio de tiempo sin definición de límites y que por eso cabe que dure fracciones de segundo o millones de años-, según y la descripción del paso de una sabandija por una pared bañada de sol podía ocupar, como la de una sonrisa, varias páginas.

Cito muchas veces una frase de Chesterton que en su día me impresionó profundamente. La escribe en la novela o el cuento cuyo protagonista era un “hombre que sabía demasiado”, sagaz intérprete, deslumbrante investigador, que, al final del cuento, en la zona de nadie de una batalla, cae víctima de una ráfaga de disparos. El hombre que en vida había sabido demasiado –dice más o menos Chesterton, a quien estoy citando de memoria- sabía ahora cuanto vale la pena saber.

No hay comentarios: