viernes, 29 de febrero de 2008

Cada día, hasta dentro de unos pocos, seguirá girando el tiovivo, luz y sombra, colores y espejos, gente y nada, caballitos de cartón y dinosaurios de cartón piedra, para los niños más pequeños y más entusiastas. ¿Qué pasa? Nada. Lo de siempre. Va a haber elecciones y no saben qué hacer para que el ciudadano indeciso escriba, marque, señale, elija y que lo haga para el más listo, el mejor, el más capaz, que es el que alarga la mano y con su mejor sonrisa pide el voto, por favor, que ya la daré yo a usted un buen servicio. No vote usted a esos otros impresentables que tanto dicen que dicen y luego como si no hubieran dicho. Un campeonato de sonrisas, pero no hay que elegir a quien mejor sonría, sino a quien mejor sirva, gobernando, que no se olvide usted, señor candidato, que gobernar es servir y además le ruego, le pido, le exijo que la administración, la poderosa, innumera legión administrativa a sus órdenes valga para servir, quiera hacerlo, lo haga, nos facilite a los de a pie este tránsito, este vivir sin vivir, esta prueba de obstáculos de convivir este trance, y pare usted la mano del funcionario con vocación ejecutiva y deje suelto al que avisa antes de pegar, ayuda a cumplir, informa más que sanciona, teme más equivocarse al sancionar que al absolver, que ya se sabe que el que a hierro mata …

Compiten en público –con la lección preparada, la ficción, la mejor mueca, el gesto más atractivo, de este perfil, que el otro es más duro, quitándose la corbata, que parece dar más confianza al oyente, como si le hablases a la pata la llana, de igual a igual –por ahora, hasta que asciendas, con el combustible de los votos, a ilustrísimo, y no hace falta que me de el tratamiento, me basta con la potestad que me confiere, ya la daré yo a usted servicio, je, je-, pero me atrevo a insinuar que yo no quiero elegir en este caso un actor, sino un gobernante capaz, aunque sea feo, desagradable, sin maneras.

Me voy con mi libro a mi rincón, a discutir con el autor, buscarle las cosquillas. El autor está indefenso, cuando le digo que yo habría terminado el capítulo, la frase o la novela así o asao. No puede defenderse y confieso que me aprovecho. Le digo. Lo critico. Al final nos iríamos a tomar una copa juntos. Con dos piedras de hielo, por favor, sin soda. Espera que se enfríe un poco y bebe despacio, deleitosamente. Solo una copa, debe durarnos un sueño. Un sueño digno de tal nombre, debe durar más de una hora. Tanto que a veces se diluya en una cabezada y nos podamos quedar dormidos, cada uno en su fantasía o en su subconsciente, ambos antesalas, antuzanos de la muerte, espacios de inesperadamente luminoso paisaje en su zaguán. -

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