miércoles, 20 de febrero de 2008

Al invierno le queda un tercio de vida, pero la abuela, antes del cambio climático, para ella inimaginable, decía que nunca se lo comían los lobos. En tiempos de la abuela hubo casi tantos lobos como ahora, que los protege la ley para que no se acabe su ulular de la sierra, Me pregunto lo que habría ocurrido si una ley, en su tiempo, hubiese protegido a los dinosaurios. O si hubiera habido ley del suelo cuando las viviendas lacustres. Que a veces nos empeñamos en conservar las piezas de museo, como si fuera posible ir convirtiendo pedazos de planeta en retales de memoria, cementerios de ámbar. Todo cambia y desaparece, inexorablemente, como las viejas costumbres que desenterramos a veces con tanto cuidado, soplándoles el polvo para restablecer sus aristas y tratar de apreciar los colores. Y nos complacemos en imaginarnos que las cosas eran así o de la otra manera, pero estamos ya fuera de aquel tiempo, en otro sin duda mejor y desde luego más cómodo para la especie en general y para cada individuo en particular.

He estado esta mañana en un libro que contaba una hermosa historia seguramente ocurrida porque todas las historias que alguien cuenta, por increíbles que parezcan, son historias que podrían haber ocurrido y por lo tanto es como si hubieran sido realidad pura y simple, es decir que han ocurrido, por lo menos en el mundo secreto de la cabeza de quien las cuenta.

Antes de colgar el teléfono, y ahora que me doy cuenta, dejadme decir que un tercio de invierno, un mes, es todavía mucho tiempo de invierno. Menos mal que el libro contiene muchas más historias, todas seguramente ocurridas, y, si nieva, puedo cerrar todas las ventanas y dejar que el autor me las vaya contando con ese estilo suyo que cierra el paso a la nostalgia porque todo pasa en un lejano país y entre aquello que cuenta y el momento actual del que lo narra hubo una guerra terrible, como por otra parte son todas las guerras, que incluso arrasó los castaños de la calle donde el autor vivía cuando era niño, y donde estuvo su casa y justo en la habitación y en la esquina donde su madre cosía con una máquina de coser de pedal hay ahora un manzano en el pequeño huerto de un patio de vecindad.

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