viernes, 1 de febrero de 2008

Viajo muy de mañana, con ese sol de invierno, tenaz, bajo, que juega, sombra luz, pienso que sonriendo, a provocarme para que deje de leer el periódico, que viene, por cierto, cansado de noticias y, en medio, con su suplemento en que hablan de libros, los critican, me entero de que se han publicado no sé cuántos más. Hurgo en la librería y me encuentro uno que me sugiere un artículo para un periódico. En seguida, aprovechando parte del viajes de vuelta, se me ocurre preguntarme si habrá gente bastante para leer tanto como se escribe. No parece posible que se vendan tantos periódicos como había ayer, y tantas revistas, ocupando los alrededores del quiosco, desparramados por entre los peatones de la calle, al lado del hotel. Bueno, en realidad tampoco me parece que merezca mucho la pena leer por ejemplo lo que yo escribo. Ni siquiera un diario. Tal vez un recordatorio por si pasa cierto tiempo, si lo reencuentro, ya papel viejo, ordenador retirado, saber cómo fui un día.

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