Una en mi opinión aconsejable medida profiláctica para tratar de evitar la hipertensión arterial consiste en dejar de comprar el periódico, precintar la radio y sellar la televisión hasta mediados de marzo, cuando haya pasado este huracán y nos permitan recuperar la aparente calma, el sosiego de hablar de otras cosas, con la posibilidad añadida de que para entonces haya bajado la marea de telebasura que ha sucedido al pacífico disfrute de películas banales para después de la cena, de aquellas que permitían irse a la cama con la sonrisa rampante.
Cabe también refugiarse en películas que uno mismo elija y compre, que por añadidura estarán libres de anuncios y como consecuencia ni perderemos los más viejos el hilo ni nos quedaremos dormidos entre el de un lavavajillas y el aterrorizador pronóstico de lo que un día tendrán que hacer en los huesos de nuestras pobres dolientes mandíbulas para sustituir el viejo herramental cariado por huesecillos nuevos, relucientes, aptos para que no nos desechen como dicen que hacían los inuits con sus más viejos, cuando ya no podían roer las pieles.
O dormirse con placidez en un partido de fútbol de esos de ahora, todo táctica, pasecito y vicegol, añorando lo de diez para atacar y once para defender, en ambos casos con entusiasmo de un público enardecido, que ahora, para animarse y entrar en calor, tiene o que hacer la ola o que cantar solemnes himnos.
Lo que no recomendaría –que allá cada cual- es la atención prolongada, el exceso de exposición de las neuronas a los mensajes de las candidaturas. He oído decir que los daños pueden resultar después irreparables.
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