Pongo la música, con los cascos, para mí solo, es como si, ¡qué tontería!, la interpretasen en exclusiva, ya que nadie más puede oír y por añadidura y nuevo milagro de la técnica, estos cascos emiten no sé explicar qué onda que bloquea el sonido exterior y aún me separa y aísla más de lo que está ocurriendo alrededor. Me supongo fuera del mundo, en otro en que el sonido me absorbe, asimila y convierte no sé si en parte de la música que escucho o ambos nos encajamos de tal modo, música y yo, que todo forma ahora parte de un bloque que se va disolviendo en lo que escribo, gota a gota, palabra a palabra.
Ahora, aquí dentro de mi digamos armadura, que para mayor atractivo, no pesa como aquellas que ahora ponen detrás de las puertas de las tiendas de antigüedades y en los rincones de los castillos restaurados, me considero fuera, aunque puede que no a salvo, de todo este intrincado tejemaneje que urden los protagonistas de los partidos políticos para inducirnos a votar en unas próximas elecciones, a un mes vista. No se salva nadie de la obsesión de los candidatos, de sus asesores y de sus edecanes y demás ayudantes. Ni los sacerdotes ni los jueces, que, digan lo que digan, serán, para estos cautos candidatos sospechosos de pretensión de favorecer al otro, el contradictor, el enemigo, el malo.
Una verdadera pena tener que bajar de la montaña, reintegrarse al vaivén de estos encantadores de serpientes que tocan sus flautas a nuestro alrededor. Dentro de poco más de un mes habrán callado, estarán echando cuentas y buscando el modo de mandar sin explicaciones, en asuntos que no están para bromas ni ensayos. Asuntos que requerirían gente imaginativa, fuerte, sosegada, flexible, enérgica, comprensiva, atenta. Busco un hombre, decía ya Diógenes en su tiempo.
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