lunes, 11 de febrero de 2008

¿Cuántas leyes de la física están en juego mientras tus dedos recorren las teclas y brota esa melodía? ¿Cuántos milagros biológicos y combinaciones de músculos, nervios, huesos y neuronas hay en juego? Y todo para que te mire, hechizado, las manos hechas para asomar por los extremos de las mangas negras, gráciles, delgadas, activas y a la vez serenas como cuando hablas y van de un lado a otro, expresivas. Peor también es posible que yo no tenga nada que ver y sea casual este privilegio que me asiste al contemplar tus manos que van y vienen, dicen, silenciosas ellas, arrancando del piano, hace poco inerte, la maravilla musical que está inundando el ámbito, convirtiendo el aire en prodigioso vehículo de sonidos mágicos, combinados para salirse de palabras y colores e ir un paso más allá, donde no hay nada visible y sin embargo se mueve todo cuanto es posible imaginar. Se añade el saxo, enhebra las pisadas leves de tus dedos con un hilo que si pudiera verse sería dorado, tal vez hilo de luz recién amanecida. Me niego a saber, en este fugitivo momento, que apenas dura y en seguida será recuerdo impreciso, que afuera, a pocos pasos, cruza gente pensando en sus cosas, seguramente importantes, mientras tus manos me hipnotizan, encandilan, acarician con ese sonido que en cuanto repose en silencio su polvo alborotado será irrepetible.

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