Arthur Koestler, o Köstler, como queráis, dice en sus memorias que cuando las escribía su madre era una “joven anciana de 81 años”. Excelente idea, la de algún modo, siquiera sea mera retórica, rejuvenecer a los ancianos y reconvertirlos a una por lo menos fugaz juventud en su ancianidad. Me apunto. Este momento, un ratín de nada. ¿A quién, sino a mi solo, puedo hacer daño con ello? A mí sí, puesto que podría, como el tonto del lugar de la zarzuela se tiró de una encina, arrancarme, tonto de mí a correr escaleras arriba, o atajín de la Garita abajo, con las naturales consecuencias que el calificativo de joven anciano excluye.
Yo no tengo 81 años, sino ya 82 recién cumplidos, de hace un mes escaso, no me supongo fuera de la posibilidad de integrarme en el grupo, la subespecie de los jóvenes ancianos. Todavía me encandilan muchas de las cosas que encalabrinan a los jóvenes de verdad, luego hay algo, un sustrato, alguna esencia que permanece e impregna las neuronas, el corazón, las vísceras y el entendimiento.
Al fin y al cabo es cierto, yo lo repito una y otra vez, para que así sea, que si cerramos los ojos, desde allí dentro, nuestro espacio más íntimo, nuestra privacidad más secreta, somos los mismos que hace diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, etcétera años.
¿Os atrevéis alguno a asegurar que no es posible que cualquier día, al abrir los ojos, nos encontremos donde soñábamos en aquel preciso momento?
Me paro a pensar. Es posible que haya, a lo largo de la vida, una serie de nudos, encrucijadas, algunos identificables perfectamente, según quedaron taraceadas sus características en sendos daguerrotipos de la memoria, en que, si por cualquier circunstancia hubiésemos cambiado de opinión en el último momento y girado hacia el otro lado, tomado por la otra vereda o, sencillamente, continuado por el mismo camino, todo habría sido diferente.
¿Años cruciales? Así, de repente, están 1946, 1947, 1951, 1954, 1960, 1969, entre los 16 y los 40 años, todo puede ser de varias maneras. Después ya se es árbol o río.
También hay años dolorosos, en que algo o alguien te deforma pienso que para siempre. ¿O es siempre culpa exclusiva nuestra cada acierto o cada error?
Pensamiento para hoy, ¿qué sería de nosotros si el buen padre Dios fuese más juez que padre, más justo que misericordioso?
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