viernes, 9 de septiembre de 2011

Difícil de imaginar gozada mayor que una de esas viejas librerías llenas de escondrijos, estancias disimuladas, estanterías polvorientas. Y, allí, manosear, oler, olfatear, remirar los libros, tener de pronto el encontronazo con algo por que habíamos suspirado largo tiempo, un tomo descabalado, al parecer desesperanzado, que, de súbito, su resurrección en mis manos, abriendo las páginas como despliega su cola el pavo real.

¿Y éste …?

Encima, contra lo que temías, el librero te lo da por cuatro perras y sales a la calle ufano, salgo pienso que pavoneándome yo también, orgulloso de haber encontrado el equivalente de la bella durmiente del bosque en esta caso de los libros, suponiendo ya el placer de que libro y yo caigamos el uno en los brazos del otro y él me diga en silencio y yo le responda.

Cae el anticiclón de las Azores sobre nosotros –dice la señorita del tiempo, de la tele- y se intercala el verano entre el benévolo otoño que fue el tiempo de verano y el otoño que viene, incluida la gripe aviar de que ya da cuenta anticipada el primer periódico digital que hoy miro. ¿Llegará día en que vivamos a través del iPad? Nos da noticias, nos permite celebrar conferencias, trabajar en grupo, el soliloquio del blog, nos allega la garrulería del político de turno y las baladronadas de su contradictor. Hasta salgo a jugar al ajedrez sin el secreto peligro para mi presuntuosa petulancia, de perder, puesto que al fin y al cabo, como cuando el iPad me deja jugar al mus y al dominó como en los viejos tiempos, no pierdo ante otro señor más suertudo o más hábil, sino ante una máquina. O me aventuro por la galaxia y sus vecinas, exploro la Luna, miro dentro del cerebro de un homo sapiens o de un primate y miro cómo se va suponiendo que funcionan.

Me pregunta alguien si escribiré “memorias” o “autobiografía”. Ni lo uno ni lo otro merecen la pena. Esas pinceladas de ensayo, sin embargo, que he ido poniendo aquí, fueron como asomarse al paisaje. Los personajes, reales, estaban todos allí, junto con otros de que no hablé, por una u otra razón, como por una u otra razón, respecto de otros me habría extendido. Es muy difícil repasar los cuadros del desván intrincado, mágico y engañoso de la memoria, por el que entretiene sus ocios el subconsciente desdibujando unas cosas y recalcando otras, según su caprichoso concepto de la dignidad personal, que es algo que se suele ir perdiendo, o lastimando, por el roce con los avatares de la vida, las famosas “circunstancias” de Ortega.

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