lunes, 26 de septiembre de 2011

Coche 1, dice el cristal, coche 2, 3, 4 …

Se apean infinidad de ancianos, apoyados, algunos, en otros, animosos, dispuestos a “ver”.

Algunos no ven, pero se suman a los que sí. “Dale limosna, mujer …” citan a Washington Irving a la puerta de la Alhambra de Granada. Parece un anuncio del autobús, que aquí les llamamos alsas, de que se apean cada vez más viejecitos, viejales, simples viejos y monitores, guías, enfermeros y ayudantes, como si no fuesen a acabar de salir nunca, bajarse con más o menos dificultades. Hala. Ahora vamos a ver … Muchos buscan una terraza, un banco, una solana, un poyo y dejan que los otros vayan a ver y más ver.

Tres pitos les importan dónde nació el ilustre hijo de la localidad, dónde se alojó el prócer durante el medievo o en que sitio pasaron a mejor vida el ilustrísimo o el excelentísimo, pero, animosos, siguen a la joven guía, entusiasta estudiosa de los apócrifos locales y comarcales, se asoman a los escaparates y comentan, sobre todo ellas, las diferencias observadas respecto del punto de origen.

Viajar se ha convertido en necesidad, o tal vez en desafío. Se va por cuatro perras a los sitios, donde se comerá el “menú” y se cubrirán o intentarán cubrir los gastos de la hostelería en temporada baja. Un constante tejemaneje de ancianos recorriendo en grupo los caminos. ¿Qué hacéis ahí? –preguntábamos hace poco a unos, sentados junto a la iglesia, bajo la olma- Esperamos la hora de marchar.

Hace poco, según leí en algún diario, se reunieron no sé dónde nacidos en los mismos lugares que otros más o menos tristemente célebres. Se preguntaban en peculiar simposio si sus diferentes pueblos tendrían algo en común. Algo así como preguntarse si los pueblos, como las ciudades, como las aldeas, que todos tienen alma, tuviesen por añadidura una especie de código genético y un adn transmisible al ciudadano de a pie. Me recordó el asunto una cita de Brecht, cuando unos de sus personajes dice aquello de que no debe la gente regocijarse tanto por la muerte de un tirano, cuando “la perra que lo parió” está de nuevo en celo.

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