Nos recuerda el señor Rajoy, de pasada, acabando una especie de provisional autobiografía que supongo publica por si le van mal las cosas o antes de las elecciones o tras ellas, aquello que dijo el inefable señor Rubalcaba de que los españoles se merecen un gobierno que no les mienta.
¿De donde, coño, lo van a sacar?
Insisto en la convicción de que si no fuera por los políticos al uso, los pueblos se entenderían con mayor facilidad. De lo que se deduce que algo falla en los sistemas de fabricación de esos bulliciosos personajes, constantemente reunidos para perderse en inextricables imposibilidades mientras la gente demanda cosas tan sencillas como paz, justicia y libertad para todos.
Una porción de expertos han sido encargados, y les han puesto una medalla, de redactar un informe modernizador del “arcaico” lenguaje jurídico. Es de suponer que convenga reducir a SMS nuestro modo de hablar jurídico sustantivo y jurídico procesal. Capaces serían éstos organizadores de nuestra modernidad de arrancarles la peluca a los magistrados anglosajones y dejarlos en el martillín y el tuco de madera de las películas americanas. Cosas veredes. Recomiendan traducir del latín las viejas locuciones y usar palabras más corrientes para que la gente entienda nada más oírlas. Hace mucho, uno de los primeros clientes que tuve en mi despacho me preguntaba cómo me iba a conocer al día siguiente en el juicio, si todos iríamos con el cucurucho y la cara tapada. Ya fue bastante malo abandonar el estudio serio del latín y del griego y poder disfrutar más tarde de las delicias de le etimología. Ahora, al parecer, lo importante será suprimir adjetivos, reducir el número de preposiciones y estar “a día de hoy”, de modo que baste tal vez con el infinitivo de media docena de verbos para que nos entendamos en el spanglish con vocación esperantista. No me extraña, cuando hay quien ha llegado a la conclusión de que la gramática no contiene un conjunto de reglas delimitadoras del uso del idioma, sino que es una especie de noticiero que publica los desmanes en ese uso caprichoso en que cada vez resulta menos frecuente la elección de la palabra más apropiada.
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