Venga, hala, ya, dilo otra vez. Me refiero a los del calor y me animo a mí mismo a repetir que no hubo días en agosto de este 2011 como estos días de setiembre del mismo año, que nos pusimos a jugar un partido de fútbol con botones en el desván y 24 grados que había allí arriba, a eso de las ocho de la tarde.
Pues ya está dicho. A tirar de abanico y defenderse.
Que viene el otoño y nos va a pasar como al pasajero del avión del chiste, que cayendo en barrena, ve pasar desaforada a la azafata, le pregunta si tardarán en tomar tierra, y ella, asturiana de pro: ¡vas fartate!
En seguidina que llegue ese preludio del invierno, cuando la recogida del maíz, la caída de las castañas, los amagüestus, poner las manzanas alineadas en las baldas del armario, entre la ropa blanca y preparar los botes de mermelada recién sacada de los grandes tambores de cobre, bien limpios, antes, del posible cardenillo.
Marcharon los guiris y los veraneantes de todas clases. Quince días más, si acaso, para los temporeros estivales. Hazme con el ordenador, le dice el padre al chaval, un letrero bien guapu, que se lea bien, que diga: “Cerrado por vacaciones”. Y, debajo: “disculpen las molestias”. Luego, en llegando octubre, cuélgaslo de la puerta y vámonos.
Unos van a conocer Benidorm, muchos a las Canarias, alguno a las Baleares y hay quien a la casa del marido o de la muyer, en una de las dos castillas, donde la vendimia.
¿Y los viejos? Pues ya sabes, o aprovechas los viajes del inserso o a ahorrar, que la pensión, con esto del euro ese, parez como si encogiera.
A los viejos, cuando llega eso de que ya apenas valgamos para más que para dar la lata y lastrar las prisas de los demás, cuando no tenemos apenas qué ofrecer que alguien esté dispuesto a pagar, se nos encoge no sé qué dentro, en el epigastrio más o menos, cada vez que nos cuentan lo de apretarse el cinturón.
El estado –dicen- del bienestar. ¿Qué ye eso que diz Rubalcaba del bienestar? Muy bien –responde el otro- no lu entiendo, pero debe ser cosa buena porque diz que tien miedo que i lu quiten. Cumigu non debe ir la cosa porque la verdá ye que muy bienestau no m'alcuentru esta temporada. Pues si quiés que te diga, recapacita el otro, cumigu tampocu.
El otoño, como un ratoncillo pardo, pegado al zócalo de la tarde, da una carrerina y se acerca un poco más, sin que nadie se fije, que hace mucho calor y la humedad se desprende como un olor de las nubes, que se agachan y nos tocan, como si nos identificaran, con sus dedos de niebla
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