domingo, 25 de septiembre de 2011

Noticia, al parecer, nueva: el dinero ni es elástico ni se multiplica espontáneamente por sí solo.

Y quienquiera que en futuro próximo gane unas elecciones va a tener que aclarar a las empresas suministradoras de la administración, cómplices con ella del desafuero, que no podrán cobrar. Es claro que ningún empresario serio debe suministrar a quien razonablemente considere incapaz de pagar.

Y será probable que se desencadene una turbulencia laboral, seguida de la probabilidad de otra social en que pagaríamos nuestras deudas pendientes, en sangre, sudor o lágrimas.

Y habría quien pretendiese evitar la epidemia, huyendo con sus carromatos y sus bienes, pero no iba a quedar en este caso y ocasión lugar sobre la tierra a que no llegasen las consecuencias del despilfarro, la desfachatez y el populismo demagógico.

Recuerdo un tiempo, hace bien poco, en que los ayuntamientos se hacían antipáticos porque establecían órdenes de prioridad, indispensables para una administración respetuosa con los administrados. Un tiempo en que los alcaldes se decía que debían pertenecer a una orden casi monástica, mendicante, por su evidente condición y habitual conducta de limosneros en busca de fondos para las obras convenientes a sus municipios. Había que administrar y a veces decir que no, que no era posible algo evidentemente necesario.

Vinieron otros alcaldes más rumbosos, presuntuosos, suficientes y se embarcaron en hacer cuanto el pueblo según ellos necesitaba para llegar a algo que llamaron el estado del bienestar.

Cubrieron el territorio de la dispersión poblacional de puntos de luz, suntuosas carreteras locales, hicieron piscinas climatizadas y sin climatizar, polideportivos abiertos y cerrados, locales de reunión, asilo y protección de cinco estrellas y otros tantos tenedores, inventaron unos servicios, se encargaron de otros y cedieron algunos a compañías y sociedades encarecedoras de los indispensables. Crearon, en definitiva, infinidad de desagües económicos insostenibles y se endeudaron hasta las cejas del último de sus contribuyentes. Ahora es imposible pagar el gasto de mantenimiento, y, lo que es más grave, tampoco se pueden pagar las deudas pendientes. Ni prestar los servicios si no se contraen otras deudas nuevas, cada vez mayores, claro.

Aquellos alcaldes recientemente históricos, no cobraban. Estos otros, más recientes aún, sí, porque si no “sólo los ricos podrían llegar a ser alcaldes”. Hay quien dice que los que pasa es que sólo los ricos saben administrar y por eso se han hecho ricos.

El ejercicio del cargo político administrativo se convirtió en una profesión sin demasiado esfuerzo preparatorio. Susceptible de crear toda una numerosa estela de acompañantes, asesores, ayudantes y protectores. La mitad de la población laboral se puso a vivir del trabajo y el esfuerzo de la otra mitad. Una primera mitad creciente en número y gasto, otra segunda decreciente en número, cada vez condenada a mayor esfuerzo. Hay quien opina que el supuesto bienestar contiene una agobiante y progresiva sofisticación burocrática, que está llegando al absurdo y lo inexplicable.

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