martes, 13 de septiembre de 2011

Decían que como consecuencia de los adelantos técnicos iba a llegar momento en que hasta los libros desparecerían, sustituidos por la sucesivo, alternativa y complementaria función de los telefoninos, los portátiles, las consolas y las tabletas mágicas a cuyo frente desfila mi iPad de mis preferencias personales, por las que si a alguien molesto, pido disculpas.

Era mentira, como en parte lo es casi todo, en este mundo traidor, donde Campoamor decía que nada lo era, sino que todo cambiaba según el cristal con que se mirase. Ha aumentado, en la misma medida que los organismos administrativos y sus leyes, órdenes complementarias y reglamentos administrativos se viene desmesurando, el uso del papel. La burocracia se ha endurecido hasta límites de burrocracia, con dos erres. Un gigantesco asno de orejas tiesas, con las albardas llenas de papeles y más papeles, se está convirtiendo en el símbolo del siglo de todos los bienestares.

La falta a usted un papel, nos reiteran a cada paso. Ha de traernos fotocopias de los expedientes anteriores, de los simuitáneos, de los paralelos, los convergentes y de los divergentes.

No tuvo usted en cuenta, arguye el funcionario cuando habíamos creído llegar al final del camino, que hace falta el informe del servicio tal o cual, la dirección general de asuntos inacabables o el vicedecanato de errores.

Nos ahogará, un día de estos, cualquier ráfaga de viento que movilice el papel de la ciudad, la villa, la aldea, el lugar y lo arremoline en una gigantesca columna, inspiradora de fórmulas arquitectónicas sin duda renovadoras.

Papeles y más papeles. Toda una pesadilla de papeles clipados, cosidos, apilados, desparramados. Me duermo en el despacho y la impresora me inunda la fantasía onírica de papeles y más papeles, dinA4, escritos y en blanco. ¡Escriba, escriba, escriba! –me añade a la pesadilla una supuesta urgencia de completar escritos que presentas, te rechazan, rehaces. Recurra. Sea breve. Qué más da que sea breve si al recurrir una y otra vez ya no caben los papeles en la carpeta, en el baúl, en el desván. Oiga –me pregunta un señor que pasa- ¿lleva cuenta del papel que gasta? ¿No se da cuenta de que se han talado tropecientos árboles, lastimado el ecosistema, impactado el medio? Se enfada del ataque de risa que me da. Alquilemos una flota de camiones de gran tonelaje, subamos al monte, coloquémonos frente a la nueva plantación de molinos energéticos, celebremos la gran fiesta del papel volandero, volador, el gigantesco confeti de la moderna burocracia. Con dos erres.

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