Hay cosas de que no puedes hablar, o tal vez no sea más que no debes, porque tu militancia en sus contrarios te impide, a los ojos del mundo y por más esfuerzos que hagas, ser medianamente objetivo en tus opiniones.
Y lo bueno es que quisieras, yo, por lo menos, quisiera ser objetivo. ¿Acaso no se puede? ¿Está destinado, cualquier esfuerzo de objetividad, al más ridículo de los fracasos?
Le doy vueltas y más vueltas en esta cabeza, que, donde ya es insuficiente de por sí, encima, dicen los mucho más informados que no usamos sino un mínimo porcentaje de las posibilidades que tiene.
Puede que hayamos nacido demasiado pronto. Que haya, en el futuro, ay, un tiempo mejor, un excelente tiempo en que sea la especie capaz de usar de sus recursos neuronales hasta la plenitud. Imaginarlo sólo, ya me parece deslumbrante.
Estoy leyendo “El sueño republicano de Manuel Rico Avello (1886-1936)”, Juan Pan-Montojo, Enrique Faes, Jeoffrey Jensen y Nigel Townson; Bibliotreca Nueva, Madrid, 2011, cuyo primer apartado de “Introducción” ya recomiendo, y de nuevo recorro ese espacio donde políticos, sociólogos, filósofos, poetas y gente de a pie nos extraviamos una y otra vez, reencontramos más o menos nuevas y hasta inéditas y recorridas sendas por donde han ido los buscadores de espacio entre dos supuestas Españas. Una vez más se enfrentan, quienes leen y los que escribieron, con la inextricable maraña del fenómeno cultural de esta sola España, con cuya sustancia ni siquiera estamos los supuestamente diferenciables españoles de acuerdo respecto de si es una o un burujo de muchas.
Tendríamos que aprovechar la circunstancia de hallarnos en el ojo de la crisis social más honda desde hace mucho, para acercarnos, hablar, cambiar impresiones, crear una especie de tertulia nacional o hasta internacional, y empezar por informarnos de que, de la apariencia de que el mundo, por obra y gracia de la tecnología, se haya hecho más pequeño y la comunicación más fácil, se deriva la consecuencia de que numerosas culturas y convicciones, más o menos diferenciadas y hasta contradictorias, y por ello resulta necesario, imbricar esas culturas y crecer con la suma de todas y la resta de aquello que entre todos lleguemos a la conclusión de que nos enfrentaría.
Es la piedra de toque. De las culturas que se encuentran, hay que sumar y aprovechar lo que conviene a la supervivencia de ambas y desechar lo que podría hacer más difícil o hasta imposible esa convivencia. Por cierto, para entendernos, llamo cultura al modo de comportarse de la mayoría de un grupo social identificable como tal.
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