jueves, 29 de septiembre de 2011

Uno no debe cabrearse nunca. La indignación cierra no sé si las entradas o las salidas de las neuronas, pro lo cierto es que las incomunica con la realidad, mutada por la ira en fogata creciente, incendio que se lleva por delante el bosque y me devuelve un paisaje yermo de la esquina del alma donde se fraguan los tifones espirituales, las disculpas imposibles y las explicaciones indignas de que las crea nadie.

Uno debe verter cada día aceite sobre las olas de barlovento, sosegar la mar y recuperar la convicción de que no se arregla nada poniéndolo todo patas arriba. Es mejor avellugar bajo un alero. Esperar que pase lo más fuerte de la nortada y atravesar si acaso la mayor densidad, pero ya blandura del orballu.

Muy pocas cosas merecen la pena de una airada respuesta. En eso es la respuesta oriental más aconsejable. Siéntate a la puerta de tu jaima. Siempre es aconsejable ponerse cómodo, a la sombra benéfica de un soto. Borrar la mala impresión y dejar que el pensamiento, con esa pereza de los días sosegados, deambule más allá y más acá, que el pensamiento tiene esa ventaja sobre nosotros, puede retroceder, imaginar respuestas diferentes de las que se dieron y adelantarse, preparar reacciones o fingirlas, para el tiempo nuevo.

La imaginación es siempre cómplice. Busca circunstanciales explicaciones hasta para nuestro más evidentes desafueros, hasta para nuestros errores más palmarios.

Desde el sosiego, las viejas neuronas recuperan la capacidad de emprender caminos, descubrir paisajes. Me acuerdo, cuando niño, de que cualquier libro que llegaba a mis manos, lo hojeaba para ver si “tenía santos”. Los “santos” llamábamos a las ilustraciones. Lo que ahora dicen las solapas y los reversos de los libros. Una especie de resumen. Y si no había “santos” todavía cabía esperanza de un interesante contenido, pero de haberlos y ser tristes, malos o desagradables, valía más echar el libro a la hoguera del olvido sin más trámite. Si el paisaje nuevo de las neuronas no pinta bien, vale más dar la vuelta y retroceder hasta la última encrucijada anterior. Solo que a veces no se puede. Ya sabes, entonces, lo decían los sargentos de la legión extrajera: marchez ou crevez.

1 comentario:

MARCELO dijo...

Sí, señor. El cabreo es un individuo diminuto y feo que no puede hacerte nada salvo que le alquiles el desván donde guardas tus ilusiones y tus sueños. Porque si cometes ese error, entonces sí, ten por seguro que desordenará todo aquello a lo que tienes más aprecio, no te pagará jamás la renta, y al final tendrás que echarlo a través de un pleito.