La mayoría de la gente no tendremos nunca un jardín. La mayoría de la gente, hay una porción de cosas que no tendremos jamás. La mayoría de la gente, trabajaremos cuanto podamos, ganaremos cuanto podamos, trataremos de ser solidarios, pagaremos nuestros impuestos, daremos alguna limosna si acaso y un día descubriremos que nos hemos hecho viejos, nuestra vida se ha gastado y todo va a concluir. No hay más. Eso era todo.
Quien más, quien menos, habremos leído un libro, visto una película, habremos visto que hay otra gente que tiene vida diferente.
Cada uno de nosotros habrá sabido de las vicisitudes que equilibran cada vida con sus paralelas. Es, digo yo, como haber recorrido el mismo planeta por continentes distintos, y, en cada continente, por caminos sin encrucijadas comunes.
Y, saber de los demás, nos producirá el curioso efecto de anhelar lo que tienen otros, como si lo nuestro, que por ser lo nuestro es especial para nosotros, hubiera tenido peor calidad. Opino que no es así. Que todo funciona por equivalencias. Y me atrevo a suponer que a cada cual se nos ofrece la posibilidad de atravesar nada más que las circunstancias que está a nuestro alcance soportar.
Julien Green cuenta en su novela “Si yo fuera usted” (Si j’en etait vous) lo que podría ocurrir si la personalidad fuese transmisible. Deduce que sería trágico de un modo cruel. Leí hace mucho esa novela. Julien Green suele crear situaciones angustiosas que atrapan a protagonista y lector en parecida ratonera en que se miran a los ojos y de la que únicamente el lector puede escapar. Sales del libro como de un prolongado buceo. Buscando aire.
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