jueves, 14 de junio de 2007

Aliquandiu dormitat Homerus, luego no debe tener importancia si te quedas, me quedo, dormido a mitad de película, por mucho que interese la película, cuando te endilgan esas tandas de ridículos anuncios para descerebrados. Me preocupa haberme quedado dormido. Es síntoma de progresivo desinterés por las cosas que casi ya no conciernen a los viejos como yo, cuyo futuro consiste en poco más que aguardar a la vieja dama, puede que un arlequín enlutado para el caso. Cuando un enloquecido Hamlet medita respecto de la muerte se pregunta si de algún modo el sueño se le parece y qué diferencia habrá o qué sueño habrá de soñarse en el sueño en que podría consistir.

Volver de un sueño puede ser liberación o desencanto, según haya sido una pesadilla o un divertido estarse en lugar ameno y buena compañía. Un viejo filósofo –tal vez sólo aficionado-, que conocí borracho él, yo sobrio, hace muchos años, opinaba que tal vez el cielo y el infierno fuesen el mismo lugar conceptual adonde va ese copo de energía vital que permanece y en que consistimos cuando se desgasta el vehículo del cuerpo, y que ese mismo lugar podría ser uno u otro dependiendo de la carga de sueños que nuestra conducta a lo largo de la vida haya acumulado en esa brasa esencial e indestructible, eviterna y ya inmutable, para bien o para mal.

Las cosas, las herramientas, las palabras, las estancias que visitamos, suelen ser amorales e inertes, neutras, pero nuestra presencia y más nuestra conducta, nuestra intención o lo que simple y sencillamente pensamos, las muta en lugares paradisíacos u horribles.

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