Sabadear ya no es lo que era, desde que el fin de semana empieza el viernes a mediodía y con ello la tarde del viernes ha venido a ser sábado por la tarde, y como contra lo que antes ocurría, si decides asistir a misa puedes hacerlo durante la tarde del sábado, el domingo, de algún modo, se desnaturaliza, contrastado con los de tu ya semiolvidada niñez. Tuve un pariente que auguraba que dentro de poco inhabilitaría la sociedad para el trabajo la mañana del lunes, destinándola a la recuperación de las energías gastada durante l fin de semana.
El organismo humano precisa de recuperación tras de echarse a las vicisitudes de la autovía del fin de semana, durante que unas veces disminuyen unas inesperadas obras la fluidez de la circulación, otras la insuficiencia de un viejo tramo olvidado te constituye en tediosa caravana y para colmo, cuando se despeja el horizonte, taimada, semioculta entre la retama del centro florido de la autopista, está la patrulla emergente de los vigilantes, que te fotografían y remiten tus señas a otra de un poco más allá que te detiene, cortés, amable hasta el empalago, pero a la vez inquisitiva, y sople usted por aquí y enséñeme tal papel o déjeme ver su documento tal o cual y por fin un papelito con su autógrafo, que le rebajarán –añade a la vez sarcástico y educado el guardia-, si usted la abona a su presentación.
Ya no se va al cine los sábados. De hecho ya han cerrado multitud de cines, antes transformados en minicines, para mayor rentabilidad fracasada de la mano de la televisión, las consolas y las pelis de alquiler, que te puedes servir a la carta, sin anuncios y con un vasito de lo que te guste al lado, en la mesita auxiliar de la butacota vieja pero cómodo. Por cierto, ni se te ocurra –le dices a tu mujer- cambiarme esta butaca, ni mandarla a tapizar, ni alterar en lo más mínimo ese hueco en consonancia con el perfil de mi humanidad.
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