viernes, 15 de junio de 2007

Esta noche, leyendo
al hilo de la ventana
abierta
a lo más oscuro de la noche,
vi pasar una estrella fugaz.

Nada podrá convencerme
de que no era, lo que ví, la huella de tu paso.
Se me encalabrinó,
igual que entonces, el corazón, loco
como el jilguero aquel, que cazamos
con liga de muérdago
los niños, crueles, del barrio
y se murió, creo que de amores, estrellado
en los barrotes de la hermosa jaula.

Tú, como entonces, te reías, convertida
en estela de luz, vana esperanza,
inalcanzable alegría,
y,
como entonces,
se me escapó sólo una lágrima,
que los hombres no lloran, me dije,
más que cuando lo hacen
de amor.

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