viernes, 22 de junio de 2007

El periódico viene hoy lleno de reseñas de juicios por esto, lo otro y lo de más allá. Difícil asunto este de la Justicia, que ha de moverse entre zarandeos con pretensión de imparcialidad ecuánime y aplicación de sus matices a cada caso concreto. Desde la sutileza mas resbaladiza hasta la grosera crueldad desnuda, hay de casi todo hoy en las páginas de cada periódico, uno regional (tengo que acostumbrarme a y recordar que ahora lo siempre correcto sería decir autonómico) y otro estatal, de Madrid. Al de Barcelona me he suscrito en internet y descubierto que publica unos divertidísimos crucigramas en que se ejercitan a la vez el vocabulario y el ingenio, ejemplos: el meollo del hielo es simplemente la letra e, que está en el medio de la palabra contenida en la definición; la consonancia en el delirio es dlr, que son las consonantes de la palabra de la definición. A veces, sobre todo al principio de esta afición, da el crucigrama casi para el día completo, en sesiones de mañana y tarde. Al lado, en la página deportiva, un esbozo de lo que será este verano la mayor danza de millones conocida. Se diría que el meollo de la economía está ahora en el fútbol, si no fuese por ese otro curioso fenómeno de la construcción de que tal vez algún día hablaremos si tengo humor, que falta le hace también a tal asunto, casi tan ingenioso como el del balompié ese que decíamos.

Lo mejor dejar el periódico e irse por los cerros de Ubeda de la Psicomagia de Jodorowsky, a descubrir que rascando muy poco bajo la corteza de nuestra supuesta civilización occidental, asoma la superstición hábilmente manejada por los manipuladores de cerebros que pululan por entre las páginas de la historia. Que ahora lees en otros libros distintos de los ingenuos textos bachilleriles y te explican, vete a saber si éstas son ciertas, las circunstancias que motivaron hechos que habías atribuido siempre al valor, la cobardía o sus matices, desgarraduras o exageraciones. Ahora descubres la banalidad, la puerilidad, la crueldad de tirios y troyanos y nos ahoga, a mí por lo menos, la evidencia de insignificancia que nos adorna.

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