En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 29 de junio de 2007
Escuchar. Se está perdiendo el arte de escuchar. Lo pensaba el otro día, escuchando la insoportable, interminable garrulería monótona, con algo de robótica, de cierto santón literario con ignorancia evidente y culpable del valor musical de los silencios, tan útiles como las notas para la composición y la estética de cualquier melisma integrado en cualquier melodía. Dos frases se me vienen al teclado con ocasión de este apunte,: lo de que eres siempre dueño de lo que callas y esclavo de lo que dices y aquello otro de que el silencio es a veces tan bello que debe esperarse a tener algo que decir lo suficientemente importante o trascendente como para atreverse a romperlo. Ese que habla tanto dice y seguramente repite y se advertirá si se le escucha retahílas maquinales descriptivas de aquellos a quien vitupera o alternativamente adula. Y lo que es peor, el soniquete aburre y no sería educado marcharse. De ellos se aprovechan algunos.
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