miércoles, 13 de junio de 2007

Recorro el mercadín de los miércoles, con sus tenderetes, desde churreros hasta vendedores anacrónicos de cintas musicales de aquellas que se enredaban en el aparato del coche y estaban las cunetas llenas de extraños amasijos de cintas, nudos y anacolutos del usuario que maldita fuera la cinta, que ahora ni sonaba la música ni escuchar la radio, entre tosidos, ronquidos y silencios ominosos, ni la cinta, ni su señora madre que vaya usted a ver la culpa que tenía. Ahora la moda va por los discos, que, al fin y al cabo, cuando los desechas los usa la gente para espantar a las palomas, que se meten entre arrullos a “hacer el amor” por los entresijos de los tejados más viejos de las villas viejas. Por ahí andan los mejores de los nigerianos y sudafricanos más negros entre los negros, con sonrisa de dientes blanquísimos con que te animan a que compres su variopinta mercancía que los fabricantes, los muy cucos, te advierten de que no compres porque la mayoría de las piezas son falsificadas, y lo bueno es que están empezando a dar el mismo resultado que las auténticas por la décima parte de precio, y si no, oye, mira, estreno por el mismo precio, una pieza cada mes y todavía ahorro para unas doceninas de churros, que los miércoles por la mañana saben a gloria, ya sea con anís, ya con chocolate, ya con el humilde gránulo molido del café.

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