domingo, 24 de junio de 2007

La bestial atrocidad de pegar –con la excusa, casi siempre, expresa o tácita, de que se le arrea por amor- a una mujer ¿de dónde viene? ¿qué circunstancia puede atenuar ese brote infrahumano de animalidad? En plana edad media, algunos cristianos, y supongo que los moros a la recíproca, alanceaban a sus asimismo recíprocos enemigos muertos. Supongo que serían los cobardes, que luego se llegarían a las tabernas, posadas, cruceros, mezquitas, encrucijadas y caminos presumiendo de haber alanceado a un moro –o, a la recíproca, a un cristiano-, porque sería su única manera de fingir que estaban contribuyendo a la guerra sin cuartel de moros y cristianos, moros contra moros, cristianos contra cristianos, en que consistió, según sus últimas versiones, la convivencia cruenta de la reconquista. Dicen de Toledo que, amén de muchas otras cosas, era capital simultánea de tres culturas, o, por lo menos, ciudad de su coincidencia. Lo que no dicen es si mezcladas o yuxtapuestas, rozándose dolorosamente, sin ni siquiera imbricarse, o, a todo más, muy poco y por el extremo en que todo acaba por converger, dado que no hay líneas rectas en el universo polidimensional de las curvas más inesperadas. No pegan, además, a la madre del Pascual Duarte, que si no recuerdo mal de aquella sorprendente primera edición del Pascual Duarte, “era una machorra” capaz de tenérselas con el bestiajo de su retoño, sino que pegan y matan a las más débiles, enamoradas, sufridoras, al grito de “mía o de naide”, que –decía el poeta, consciente o no de serlo- ni con el tallo, le pegues nunca a una mujer, de una flor.

Lo malo es que se han metido ahora algunas a boxeadoras, futbolistas, picadores de mina, juezas y guardiaciviles, de modo que tampoco te pongas mucho en su defensa, no sea que encima sea una de ellas la que te llene la cara de manos y si tratas de defenderte descubras que esquiva como los campeones de antes, que nunca estaban donde iba el chapucero puño del contrincante y puede o manda más que cualquiera de nosotros.

Otro mundo, eso es lo que es éste, donde ya no cabe decir que no pegues a ninguna mujer ni con una flor, sino que lo aconsejable es respetar al otro, al prójimo, sea del sexo que resulte, sin distinciones. No sé si por el camino nos habremos cargado la delicadeza, la ternura o ambas. Entre todos: ellas y nosotros.

Que tan bien lo solemos pasar, gracias a nuestras evidentes diferencias no sé si decir básicas, esenciales o biológicas, cuando nos entendemos.

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