Los niños,
como las flores,
hablan en verso desmedido,
sin rima ni compás, súbito,
directo al corazón.
Usan siempre la palabra apropiada, regularizan, incluso,
los desesperantes verbos irregulares,
y con insoportable crueldad,
te dicen, si lo eres,
que eres feo, tremendo, insoportable,
y,
tan tranquilos,
se marchan al jardín a jugar con sus muñecos
y sus bicicletas, según.
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