Se me ha ocurrido decir que el Barcelona club de fútbol perdió la liga del año 2007 y el Madrid, que pasaba por allí … y a poco me sacuden un botellazo, a pesar de lo cual, lo repetí, porque este año de gracia para unos y desgracia para otros (como todos los años), así me parece que fue. Los más ancianos del lugar se consuelan o se alegran, según sus preferencias, diciendo eso de que “el fútbol es así”. Y a lo mejor tienen razón y no vale la pena ocuparse de ese curioso fenómeno que mueve más dinero del que en un orden racional de valores parece que le debería corresponder.
Por la mañana, con los ojos pegados aún, veo los tenderetes del mercado, este simulacro de campamento nómada de mínimos comerciantes de casi todo, que van sacando de sus coches y carretas cada cual su tesoro y lo extienden sobre los precarios mostradores como si fuera para siempre. Casi no les da tiempo, según la medida del mío, que se va haciendo lenta con los años, a poner y quitar. Llega la tarde y es como si no hubieran estado nunca, salvo ese montón de cajas apiladas y que mi cocker, cuando sale por la tarde, muestra un especial interés por olfatear los que fueron recinos de vendedores de jamones, quesos y embutidos. Huele el suelo, levanta la cabezota y olfatea el aire, mira a su alrededor, apenas puede dar crédito al hecho innegable de que los sutiles aromas que percibe ya no son más que el vago recuerdo del paraíso de los perros. Levanta la pata y mea olímpicamente el rimero de cajas vacías abandonadas.
Se me ocurre preguntarme si los perros, en alguna ocasión, se arrepentirán de haber sacrificado su gloriosa libertad salvaje primera a cambio de este vagar sujetos al extremo de una correa que los aparta del afán de correr de súbito, enfrentarse con sus semejantes con que se cruzan y gruñen o ladran en una gloriosa pelea de resultado incierto, pero sugestivo a pesar de todo. El cocker, que se llama Bond, vuelve la cabeza, quizá telepáticamente informado de mi vacilación, y me mira imprimiendo esa mirada, en seguida lo advierto, inmerecida admiración, gratitud y absoluta confianza. Le guiñé el ojo y luego eché una mirada alrededor, no fuera cosa de que alguien estuviese mirando y pensara: mira ese viejo, ¡como le dejarán salir con el can! Que ladra un mensaje de alegre despreocupación en vista de que todo parece arreglado entre nosotros.
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