La mar estaba tersa,
cuajada
de estrellas caídas, o tal vez
de reflejos de estrellas mirándose al espejo,
satisfechas.
Por un momento sólo,
estuvieron rodeados de estrellas, se les llenaron los ojos
de estrellas duplicadas, pienso que hasta oyeron
la melodía
del Universo que gira.
Desde su cayuco,
ateridos,
heridos
ya del miedo, tal vez alcanzados
por la muerte alternativa,
que los marca al salir de su aldea, de la empalizada
que tenía a raya al león,
a las hienas,
pero no al hambre,
los marca en la frente
para después reconocerlos
entre la lluvia de estrellas,
cuando parecen ángeles
cayendo,
cayendo
en las hondura más hondas
de la mar cercana,
madre,
hermana.
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